jueves, 6 de diciembre de 2012

La manzana de Newton (relato)



–¡Profesor!
–¿Sí?
–¿Es real la historia de la manzana de Newton?
El profesor dudó. Lo cierto es que no lo sabía porque los historiadores tampoco eran unánimes al respecto. Había quien afirmaba que la anécdota era una leyenda para mayor gloria del científico inglés, que venía a significar que cualquier percance, por ínfimo que fuese, podría dar lugar a una ley universal. Lo que trataba de ocultarse tras la historia de la manzana no era otra cosa que la existencia de una estrecha interrelación entre el microcosmos y el macrocosmos; entre un fenómenos determinístico y uno aleatorio. El universo era una globalidad, no en vano existía una gran similitud entre un átomo y un sistema planetario.
Todo ese razonamiento pasaba fugazmente por la mente del profesor y era procesado en décimas de segundo para tratar de responder a la pregunta formulada. Este, en su afán de dar una explicación convincente y satisfacer la curiosidad de su alumno, dijo:
– Newton era un genio, sin duda, pero se me hace difícil creer que la caída de una manzana fuese el detonante del descubrimiento de la mayor ley del universo. Aunque es posible. Según parece, Einstein desarrolló la teoría de la relatividad inspirado por la visión de un reloj en una estación de ferrocarril y dicen que Galileo obtuvo sus fórmulas del movimiento en caída libre cuando arrojó un objeto desde la torre de Pisa.
El profesor se detuvo un instante para observar la reacción de su alumno. Se hizo un breve silencio durante el cual el alumno asintió con la cabeza.

***

Les contaré lo que ocurrió en realidad:
Nos dice el libro del Génesis que Dios creó el mundo en siete días. Cuando finalmente creo al hombre, Dios vio al hombre solo, y, compadeciéndose, le dio una compañera para que le hiciese compañía y para que reinasen ambos sobre la tierra, los mares y los animales, con la condición de que podrían tomar todo lo que quisieran con excepción de las manzanas del árbol del Bien y del Mal. Eva, tentada por la serpiente, no pudo resistir y tomó una manzana desafiando a Dios. La mujer ofreció a Adán el fruto prohibido y, éste, lo tomó. Fue en ese momento cuando la manzana se convirtió en el fruto más tentador y al mismo tiempo deleznable de la historia.
Fijémonos en la tendencia en atribuirle a este fruto un curioso protagonismo. La manzana de la discordia que enfrentó a las diosas griegas Hera, Atenea y Afrodita y que provocó la guerra de Troya; la manzana envenenada que la madrastra disfrazada de anciana ofreció a Blancanieves en el famoso cuento infantil; el manzano bajo el que presuntamente Newton sesteaba…
Newton no sesteaba. No tenía tiempo para ello. Sus investigaciones sobre la naturaleza de las cosas lo absorbía. Pero lo que más le obsesionaba era encontrar el mensaje críptico contenido en los Evangelios. Estaba seguro de que en el Libro Sagrado se encontraba un código oculto que, una vez descifrado, le permitiría averiguar el día exacto de la creación, así como la fecha del fin del mundo.
La alquimia era una práctica todavía en vigor en época de Newton y el sabio inglés no podía sustraerse a cierta praxis adquirida durante su formación en las universidades por donde había pasado. Pero él, hombre piadoso, creyente en la teoría del Creacionismo,– todavía faltaba siglo y medio para que naciera Charles Darwin –, esperaba conseguir descubrir en la Palabra Divina el misterio del Universo, el Secreto del Gran Alquimista.
Enfrascado en su Biblia y realizando cálculos cabalísticos, utilizando los viejos métodos que, desde la civilización babilónica, habían sido desarrollados por los más prestigiosos numerólogos del medievo, se afanaba en descubrir la edad del Universo.
Conocía el libro del Génesis a la perfección; era capaz de recitar de memoria pasajes de cualquier versículo contenido en la historia de la creación. Había combinado mil veces esas palabras. Un día, desesperado por su falta de resultados, se hizo una pregunta elemental: ¿Por qué razón Dios había prohibido a los primeros padres comer la manzana? Le intrigaba esa imposición para demostrar a Dios obediencia. La fidelidad exigía más sacrificio, algo más noble… Aquella prohibición le resultaba infantil… Y ¿por qué Eva la había tomado contraviniendo las órdenes del Señor? No era capaz de entender que los argumentos de la Serpiente convenciesen a Eva. Newton no tenía en muy buena consideración a las mujeres. Creía, como muchos de sus contemporáneos, que la mujer había sido creada solamente para las perpetuación de la especie y poco más. En este sentido podía entender el irreflexivo acto de Eva, pero no justificaba en modo alguno a Adán. ¿Qué le había llevado a tomar el fruto prohibido?
Sumido en esas reflexiones, Newton abandonó su estudio y se dispuso a dar un paseo por el jardín de su residencia, donde los manzanos ya estaban a rebosar de la preciada fruta, con la que su criada hacía exquisitas tartas y deliciosas compotas.
Observó los árboles, y una vez más se preguntaba cual era la razón de que Dios hubiese elegido la manzana. ¿Qué tenía la manzana que no tuviesen las demás frutas? Concentró toda su atención en una hermosa, roja y lustrosa manzana que colgaba de una rama. Cuando su esfuerzo mental casi llegaba al paroxismo la manzana cayó.
Fue como si se abriese una puerta hacia el infinito y tuvo una sensación de vértigo que casi lo hace caer. Se sintió como Adán. El primer hombre había tomado la manzana que Dios le había negado, él había comprendido lo que Dios había mantenido en secreto hasta ese momento y tal vez no quería que el hombre lo descubriese. Fue como sorprender a Dios en la intimidad. Se sintió exultante y al mismo tiempo un pecador. Una especie de mirón lujurioso. Había descubierto el misterio del Universo. Ahora comprendía porque los objetos caían; ahora entendía porque la luna siempre orbitaba en torno a la tierra y esta en torno al sol….
Adán tomó la manzana creyendo que podría ser como Dios. Newton, más devoto y creyente en un Dios Todopoderoso, no se sintió Dios, pero en su vanidad de mortal se creyó un ser superior. Había establecido la ley que atraía a los objetos entre sí. Se trataba de una fuerza invisible y de naturaleza desconocida, que actuaba en función de la masa de estos. Así, la manzana caía a tierra porque la enorme masa de esta última atraía a la insignificante masa de la manzana. Esa era la misma razón por la que la luna se encontraba prisionera girando alrededor del sol. La fuerza de atracción la mantenía en órbita, mientras que la fuerza centrípeta de la rotación la trataba de arrancar de esa posición, evitando de ese modo que la luna cayese sobre la tierra como había hecho la manzana.
Newton, en su candor religioso, había descubierto la Ley de la Gravitación Universal gracias a la lectura del Antiguo Testamento. ¿Cuántos secretos no contendría ese Libro?
Pese a la gloria y fama que en vida tuvo a raíz de sus descubrimientos; pese a los honores que le fueron rendidos por la comunidad científica de todo el mundo y ser considerado el mayor sabio de su época, Newton, convertido ya en Sir por el rey Carlos II, continuó con sus estudios teológicos y alquímicos.
En su euforia, creyó haber dado con la fecha de la creación del Universo y, pese a toda su fama y honores, se atrevió a afirmar que Dios había creado todo lo visible e invisible el año 4000 antes de Cristo. Siguiendo la tradición de todos los grandes alquimistas, del cual Nostradamus fue ejemplo, Newton no podía dejar de vaticinar la fecha del fin del mundo que dedujo habría de suceder en el año 2060.
***

Satisfecho de su respuesta, y ante el silencio de aceptación de su curioso alumno, el profesor continuó explicando la Ley de la Gravitación Universal y se fue olvidando paulatinamente de la anécdota de la célebre manzana de Newton.

Terror en planilandia




I

Tomó un folio y lo depositó en la mesa. Encendió el flexo. El súbito haz de luz lo deslumbró y al ver la blancura del papel bajo la intensa claridad, tuvo una de esas absurdas asociaciones de ideas; pensó en la Inmaculada Concepción. ¿Por qué afloraba semejante idea? Si cada vez que veía algo sin mácula pensaba en la Virgen tenía un problema y por añadidura un tema para discutir con su psiquiatra. Alejó esa idea justificando que se trataba sencillamente de una extraña, pero lógica relación etimológica sin mayor trascendencia. En fin… tenía ante sus ojos un perfecto rectángulo de papel destinado a recoger su poema. ¿Qué poema?, se preguntó mientras observaba aquel objeto bidimensional. Escribiría un soneto. De pronto percibió que no era él quien miraba el papel sino que aquel folio lo escudriñaba a él. Fue una sensación fugaz, pero intensa. En esas décimas de segundo lo invadió un terror que no fue capaz de explicarse; fue una turbación  tan breve y absurda que de inmediato se olvidó del asunto. Se inclinó sobre la mesa y la pluma estilográfica que tenía en su mano derecha incidió en el papel rompiendo la continuidad impoluta de la superficie del folio, trazando una hermosa S. Fue en ese preciso instante cuando lo oyó…
II

De pronto se encontró solo, apoyado en una superficie más dura que su esencia. Se sintió cegado por una luz que provenía de algún sitio indefinido. No lograba ver el origen de aquella luz. Cuando acostumbró su visión a aquella nueva situación, miró en derredor suyo. Solo veía la blancura de su ser. Nada había de extraño; sin embargo lo embargó el miedo. Sabía que algo iba a ocurrir, pero no estaba seguro de lo que era.
Súbitamente sintió un dolor en su parte superior. Era un dolor agudo y pudo observar como en su blanca superficie aparecía, surgiendo de la nada, un punto de color negro que se fue extendiendo en una línea continua como una serpiente, conformando un extraño símbolo…Gritó, pero su grito no era del dolor que le producía aquel surco oscuro que le rasgaba la piel a medida que crecía y se desarrollaba en su cuerpo; gritaba por el terror que le producía ignorar de donde procedía aquella anomalía. Lo atenazaba el miedo a lo desconocido…

III

Le pareció oír un grito lejano. No, seguramente era una sensación acústica producida en el interior de su propio oído por una vibración accidental de su tímpano, o como cuando cierras los ojos y ves estrellas, pero en realidad no están allí. Escribió “Soneto” y debajo comenzó el primer verso:

Cuando los campos despiertan al alba

Tenía que buscar una palabra que rimase con alba… ¿calva?...¡Por Dios, qué ocurrencia!... ¿malva? no, muy prosaico; ¿alma?...demasiado evidente; ¿gualda?... demasiado patriótico; ¿falda?... bastante frívolo.
Y así estuvo durante un buen rato, hasta que se cansó. Desesperado por su falta de inspiración, agarró el folio en un alarde de rabia y lo estrujó en su puño arrojándolo a la papelera. Apagó el flexo y se fue.

viernes, 24 de febrero de 2012

¿Influyó Catulle Mendès en Roald Dahl?


Con motivo de la aparición y auge de las nuevas tecnologías y su incorporación a la vida cotidiana de un número exponencialmente creciente de personas, cierto día, ya lejano, me propuse elaborar un sitio web, más por interés en la técnica y mecánica de su realización que por el contenido en sí mismo. Cabría pensar que mi actividad profesional como docente de matemáticas me inclinase a tratar un tema propio de esta rama de la ciencia, pero se presentaba ante mí un gran inconveniente; se añadía a mi desconocimiento del leguaje del hipertexto, la dificultad que entrañaba trasladar a dicho lenguaje la notación científica y en particular la matemática. Descartada pues esta alternativa, debería optar por algo más fácil y al mismo tiempo práctico y, a ser posible didáctico.
Desde que era muy joven, la literatura ha sido uno de mis más preciados entretenimientos, pudiendo presumir de tener una biblioteca muy bien surtida. Me propuse divulgar toda la información obtenida de las lecturas que había realizado y de aquellos autores cuya presencia en el espacio virtual era escasa o nula en castellano. Fue de ese modo como surgió mi primer sitio web dedicado al escritor norteamericano de ciencia ficción Fredric Brown. Debido a mis dispares gustos literarios, de la ciencia ficción de las novelas pulp de los años 60, di un salto cuantitativo y cualitativo en el tiempo a la Francia del siglo XIX con otro autor: Guy de Maupassant. A continuación mis desvelos divulgativos se enfocaron en Roald Dahl, para finalmente trabajar sobre la vida y obra de Catulle Mendès, uno de los más eclécticos escritores franceses y casi desconocido en su país, con motivo del I Centenario de su muerte.
 De estos dos últimos trata el presente artículo.

sábado, 11 de febrero de 2012

El loco de Siracusa (relato)


Durante meses, la flota romana asediaba la ciudad de Siracusa. Situada en la isla de Sicilia, constituía un enclave fundamental para el control del tráfico marítimo entre la península y el norte de África.
El general Marcelo comenzaba a desesperar y las dudas acerca del éxito de su empresa, comenzaban a hacer mella en su moral, viendo como no se cumplían las expectativas que en él había depositado el César. Su ejército también comenzaba a dar señales de impaciencia y no se podía permitir más bajas. Jamás pudo imaginar que aquel pequeño reducto podía haber resistido de aquel modo ante el mayor y más poderoso ejército del mundo.
 Aquella pequeña ciudad costera al sur de la isla, no sólo se defendía, sino que atacaba con unos medios que desconcertaban a los estrategas romanos. Un día, unas bolas de fuego catapultadas desde el interior de la urbe, habían sido tan efectivas, que veinte de las cien galeras que se alineaban desafiantes ante las murallas, fueron destruidas o seriamente dañadas. Marcelo y sus centuriones tuvieron que hacer uso de movimientos de dispersión al azar, azuzando con violencia a los esclavos que se encontraban remando en el interior de las naos. Tras la lluvia de aquellas rocas incendiarias, la flota tuvo que retirarse a alta mar para evitar ser alcanzada por los proyectiles. Los esclavos, cuyo cometido era remar, quedaron tan extenuados que se necesitaron más de tres días para recuperarse del esfuerzo y de las heridas infligidas por el inclemente y furioso látigo del timonel. Trascurrieron varios meses hasta reparar los daños materiales en los barcos, los morales en la tripulación y los físicos en los remeros.
Marcelo, para evitar que sus embarcaciones fueron fácil objetivo de las catapultas, optó por dispersar las galeras, manteniéndolas alejadas lo suficiente para que la probabilidad de ser alcanzadas por las rocas ígneas se minimizase. Pero la sorpresa de los romanos fue mayúscula cuando desde las murallas de la ciudad asediada, pudo observar unos resplandores tan intensos que, mirados directamente, cegaban a los hombres, impidiéndoles dirigir la mirada hacia aquellos brillantes puntos que tenían su origen en lo alto de las torres de la ciudadela. Cuando todavía no habían salido de su asombro, los velámenes de las galeras comenzaron a arder, provocando el caos entre la tripulación. De inmediato los barcos alcanzados por aquellos rayos se veían envueltos en llamas, pues la brea con la que la que se encolaban los tablones de madera de los cascos, era una sustancia muy incendiaria. Los esclavos, atrapados en las bodegas, proferían horribles gritos; las cadenas que ataban sus tobillos al banco donde remaban, les impedían huir del fuego y morían abrasados. La tripulación se arrojaba al agua por la borda, tratando de ser rescatados por otros barcos que a su vez comenzaban a arder por el arma letal proveniente de las atalayas de Siracusa, allá en tierra firme.
 Tras horas de caos y agonía entre la flota romana, el mar se encontraba salpicado, aquí y allá, de cadáveres de romanos y fragmentos de madera carbonizada flotando en las tranquilas y cristalinas aguas del Mediterráneo. Una vez más, Roma había sido humillada.
La conquista de Siracusa se convirtió en la prioridad del ejército romano, pues el poderío del mayor imperio del mundo estaba quedando en evidencia por un puñado de defensores cuyo armamento tenía desconcertados a los más preclaros militares e ingenieros de la ciudad más importante del mundo.
Lo que en principio parecía una campaña rutinaria, acabó convirtiéndose en la mayor de las pesadillas del general Marcelo, cuya valía como militar estaba comenzando a ser cuestionada en el Senado capitalino y sobre todo por él mismo.
Era necesario descubrir quienes estaban detrás de aquella maquinaria bélica impropia de aquel pequeño reducto en una isla ya plenamente conquistada. Siracusa era una ciudad insignificante. No tenía más relevancia que su posición estratégica en el Mediterráneo, pero su rey, Hierón, era valiente y debía contar con asesores e ingenieros excepcionales.
Marcelo optó por enviar espías a tierra. Estos lograron averiguar que las catapultas que habían diezmado la flota habían sido construidas con una precisión cuyos cálculos de construcción y eficacia, estaban por encima de la ciencia y tecnología de la época. También descubrieron que los rayos cegadores que envolvieron en fuego lo que las catapultas habían dejado indemne, formaban parte de un complejo sistema de espejos que concentraban la luz del sol dirigiéndola a voluntad al punto que deseaban.
Era fundamental buscar al autor de aquellas maravillas y a ser posible capturarlo con vida para llevarlo como esclavo a Roma. Allí, los ingenieros romanos sabrían hacer uso de sus conocimientos para mayor gloria del César y del Imperio.
Una vez conocidas las causas de su derrota, Marcelo supo que la única solución para evitar una nueva derrota sería un ataque nocturno. La oscuridad evitaría ser vistos por los defensores que tan bien manejaban las certeras catapultas, y los espejos serían inservibles mientras el astro estuviese oculto.
 Así pues, una oscura noche, donde ni siquiera la luna alumbraba el firmamento, desembarcó con sus tropas a unos kilómetros de la ciudad. Sigilosamente, una columna formada por los mejores legionarios de Marcelo, recorrieron la corta distancia que los separaba de las infranqueables murallas. La estratagema tuvo el éxito deseado y la conquista de la ciudad fue cuestión de horas, debido a lo sorpresivo del ataque y a la relajación de los defensores, acostumbrados a espectaculares y fáciles victorias.
 Amaneciendo, y en el fragor del pillaje de la soldadesca vencedora, un centurión observó a un anciano que se mantenía ajeno al ajetreo que se desarrollaba a su alrededor. El hombre, de barbas blancas y cubierto con una simple toga, escribía en el suelo unos símbolos con una rama de olivo. Estaba absorto en una especie de meditación que más parecía locura. El soldado, en efecto pensó que aquel inofensivo anciano estaba loco. ¿Cómo podía ignorar la presencia del gran ejército romano y los desesperados gritos de sus conciudadanos que estaban siendo pasados por las armas? Irritado por la actitud desdeñosa de aquel hombre, el soldado le ordenó que se levantase. Se lo tuvo que repetir tres veces, alzando la voz y con arrogancia. El anciano, volvió la cabeza y dijo con acritud, acostumbrado al respeto de sus conciudadanos: ¿Cómo osas interrumpirme durante mis cálculos? El iracundo centurión, ante tamaño agravio, levantó su espada y con movimiento veloz segó la cabeza de aquel hombre que cayó brotando sangre sobre las figuras geométricas dibujadas en el suelo.
Arquímedes de Siracusa, responsable de tantas victorias sobre la flota romana, acababa de dejar al mundo y comenzaba su glorioso periplo por la historia de la Ciencia.
Cuando Marcelo se enteró, castigó al centurión y lamentó mucho la pérdida de aquel sabio, reconociendo la valía de sus descubrimientos.
Aquel loco que antaño había salido corriendo desnudo por las calles de Siracusa gritanto Eureka, o que había sido el más fiel y leal súbdito del rey Hieron, descubriendo que el orfebre, al que el monarca encargó su corona, había sisado parte del oro entregado y sustituido por una aleación de un metal inferior, murió decapitado a manos de un soldado del ejército romano.
Siracusa fue tomada, pero los trabajos y hechos de Arquímedes permanecieron en la memoria de los hombres y hoy es considerado como uno de los más grandes sabios de la antigüedad.


José M. Ramos González
Pontevedra, 11 de febrero de 2012

domingo, 15 de enero de 2012

Bel-Ami. La universalidad de un alias

     Declan Donnellan y Nick Ormerod acaban de dirigir la película Bel-Ami, basada en la novela homónima del escritor francés Guy de Maupassant. Los exteriores han sido rodados en Budapest y Paris, cuidando con esmero el vestuario y, según parece, manteniendo con mucha fidelidad el guión al texto original. Todavía no ha sido estrenada por lo que no podemos juzgarla, excepción hecha del despliegue, tanto a nivel de reparto, como de medios, con la que nos consta que se ha producido. No obstante siempre nos queda el inevitable recelo, al tratarse de una producción actual, con lo que ello pueda conllevar en lo relativo al tamiz bajo el que se ha de filtrar una novela europea del siglo XIX para un público con un punto de vista de ciento veintisiete años de diferencia. Solamente hemos podido visionar los trailers, y por su aspecto el film nos parece muy prometedor. Mientras tanto permanezcamos a la espera.
     No es la primera versión cinematográfica que se realiza de esta novela, pues su contenido se presta sin duda a ser escenificada por desarrollar una historia intensa y susceptible de ser llevada a la pantalla con ciertas garantías de éxito. A continuación relacionamos la lista de películas basadas o inspiradas en esta novela que, como podemos comprobar, han sido considerables:

     1919 : Bel Ami, Italia, Augusto Genina
     1939 : Bel-Ami, Alemania, Willi Forst (96 minutos)
     1946 : El buen mozo. La historia de una canalla, México, Antonio Momplet (102 minutos)
     1947 : The Private affairs of Bel Ami, (Los asuntos privados de Bel Ami) USA, Albert Lewin (115 minutos)
     1955 : Bel-Ami, Francia-Austria, Louis Daquin (85 minutos)
   1966 : Bel Ami 2000 oder wie verführt man einen Playboy ?, Austria, Michael Pfleghar (90 minutos)
     1976 : L'Emprise des caresses, Suecia, Mac Ahlberg
     1978 : Bel-Ami, España, TV, Francisco Abad (15 capítulos).
     1979 : Bel Ami, Italia, TV, Sandro Bolchi
     1982 : Bel-Ami, Francia, TV, Pierre Cardinal (dos episodios 285 minutos)
    2002 :Bel Ami, l'uomo che piaceva alle donne (el hombre que gustaba a las mujeres), Italia, TV, Massimo Spano (dos episodios)
     2011: Bel-Ami. Reino Unido-Francia-Italia, Declan Donnellan y Nick Ormerod.

     Como vemos en la relación anterior, España no fue indiferente a la celebridad de Bel-Ami. El director gaditano Antonio Momplet, exiliado en México con motivo de la guerra civil, ya había dirigido en 1946 su versión de Bel-Ami. En 1978 Francisco Abad llevó a la pequeña pantalla la novela, en 15 capítulos, que se volvería a emitir en la segunda cadena de Televisión Española en septiembre de 1982. Esta adaptación en forma de telenovela, estaba protagonizada por Víctor Valverde en el papel de George Duroy (Bel-Ami), las actrices Silvia Tortosa (Madeleine Forestier) y Maite Blasco (Clotilde de Marelle), los actores Manuel Tejada (Sr. Forestier) y José María Cafarell (el banquero judío Sr. Walter).
     Tal vez la versión cinematográfica más conocida sea la película alemana, dirigida en 1939 por Willi Forst y protagonizada por el propio director en el papel de Georges Duroy, alias Bel-Ami. Su banda sonora incluye la canción titulada Bel-Ami que sería muy versionada desde entonces.
 La novela fue publicada en 1885. Tan pronto salió a la venta, levantó una gran polémica al verse en ella retratados los ambientes periodísticos y políticos de la época, denunciándose los tejemanejes de la prensa en conciliábulo con los políticos corruptos. Más de uno se vio reconocido en alguno de sus personajes. El mismo Maupassant tuvo que justificarse ante aquellos que lo acusaban de que su novela era un furibundo ataque contra los periodistas. Así se expresaba en una carta dirigida al Gil Blas, el 1 de junio de 1885, en respuesta a las críticas recibidas:

     Queriendo analizar a un crápula, lo he desarrollado en un medio digno de él a fin de dar más relieve a ese personaje. Tenía ese derecho absoluto como habría tenido aquel de tomar al más honorable de los periodistas para mostrar allí la vida laboriosa y tranquila de un hombre honesto.

      Por otra parte, y visto desde nuestra óptica, el periodismo es lo menos vituperado en la novela.
    A nosotros hoy no nos sorprende en absoluto la comunión entre la prensa y la política y todos aquellos intereses bastardos que se mueven en ambas direcciones; parece ser que es algo que todavía permanece en nuestros días, como si se tratase de algo inmutable. Lo que realmente llama la atención al lector del siglo XXI, es lo fielmente que Maupassant nos describe en su novela la condición de servidumbre a la que estaba sometida la mujer en el siglo XIX. Aparte de su evidente misoginia y las influencias de Schopenhauer, Maupassant no nos descubre nada que no fuese estrictamente real, no en vano es uno de los autores realistas más reputados. Y sin duda, lo hace con un realismo sorprendente. En su obra nos muestra con crudeza que las mujeres eran juguetes en manos de los hombres. No hay más que analizar los personajes femeninos de esta novela para apuntalar este aserto:
     Rachel, la prostituta que ronda por el Folies Bergière, con la que Bel-Ami convive cuando todavía no es nadie y de la que se aprovecha casi ejerciendo como su proxeneta.
     Madeleine Forestier, mujer adelantada a su tiempo, con ínfulas de independencia pero prisionera de su sexo, se ve imposibilitada a aceptar una herencia de un amigo porque su esposo no se lo autoriza, pretextando que sería de mal efecto y provocaría los rumores de la gente. Madeleine Forestier es la mujer inteligente, que desea emanciparse, pero que todo su talento ha de ser puesto al servicio de sus dos esposos, Forestier en primer lugar, y Bel-Ami tras enviudar del primero. Ellos han de llevarse todo el mérito de su trabajo porque a ella no le está permitido desarrollar sus aptitudes en ningún foro profesional masculino.
     Clotilde de Marelle, mujer casada, cuyo marido la deja sola grandes temporadas. Hermosa y joven se libra en brazos de Bel-Ami con la naturalidad de una chiquilla caprichosa. Es una mujer voluble y frívola con cierta dosis de estulticia. Se rige por las apariencias y las conveniencias sociales, pero en ella se oculta una personalidad díscola y despreocupada.
     La Sra. Walter, mujer madura pero con reminiscencias de una antigua belleza que todavía la hace atractiva. Prototipo de la mujer religiosa, madre y esposa ejemplar que cuando comete un desliz se considera condenada sin remisión. Aun así, el amor pecaminoso que siente por su amante es mayor que los remordimientos que casi la llevan a la locura y provocan que se cele de su propia hija.
     Suzanne Walter, hija de la anterior, la niña mimada que siempre obtiene lo que quiere y que no tiene más ambición en la vida que un marido divertido con el que pueda satisfacer sus locuras de juventud.
     Todas estas mujeres son las presas de Bel-Ami, un hombre que las seduce con el único fin de escalar socialmente, abandonándolas una vez alcanzado el peldaño que se propone ascender. Haciendo acopio de un encanto hipócrita, conquista a las mujeres, les saca todo el provecho posible y las abandona con la misma facilidad.

Seductor al conquistarlas,
cariñoso al mantenerlas
indiferente al perderlas,
mezquino al abandonarlas.

     Tal es, en síntesis, el planteamiento de esta célebre novela, al margen del entorno en el que se mueven los personajes: la sociedad mundana, la política y el periodismo. Estos últimos ámbitos constituyen el marco que se presta perfectamente para plasmar todo el trasiego de intereses derivados de la ostentación del poder. Es ahí donde mueve Bel-Ami sus piezas, carente de todo escrúpulo, favorecido por la ciega complicidad de sus congéneres que, desde el cómodo sillón desde donde ejercen su autoridad, no saben proteger a sus mujeres de esos depredadores, auspiciando asimismo la situación de inferioridad social de la mujer ante los embates del recién llegado a su mundo.
     En 1912, Fernand Nozière realizó una adaptación teatral de la novela en ocho cuadros, que se estrenó el 24 de febrero en el teatro del Vaudeville. Como casi siempre sucede en estos casos, los guiones adaptados de novelas célebres no suelen ser del agrado del público, porque ese mismo público ya tiene hecha su propia representación previa a la del estreno y ambas casi nunca coinciden. No por ello dejaremos de valorar el trabajo de adaptar una densa novela a una obra de teatro, cuyo efecto final consigue el objetivo de transmitir el mensaje de la obra original. Como era de esperar, no obtuvo éxito. La crítica teatral se cebó con ella y el público fue indiferente.
     Al hilo de lo anterior, es nuestra opinión que el teatro debe ser un género al margen de la novela, al igual que el cine. Cada uno de ellos debe gozar de la independencia que le procura una trama original en exclusividad. Al igual que en toda traducción casi siempre se falsea, en mayor o menor grado, el sentimiento del autor original,  lo mismo sucede con el cine y el teatro adaptado de la literatura. Son muy escasas las adaptaciones superiores a aquello en lo que se inspiran.
     Hoy, la expresión "Bel-Ami", se ha convertido en un todo un símbolo internacional, desvirtuándose en cierta parte la personalidad del protagonista para incidir más en su aspecto físico y sus dotes para la seducción. Bel-Ami es sinónimo del hombre apuesto y seductor, independientemente de sus inclinaciones sexuales. De hecho existe una revista de marcado carácter homosexual llamada Bel-Ami, y también es el título de una serie de películas pornográficas para el colectivo gay.
     Por lo tanto, de igual modo que su maestro Flaubert, con Madame Bovary creó el personaje que daría lugar a la expresión bovarismo, para indicar en psiquiatría una patología en la mujer, consistente en desear ser lo que en realidad no se es, Maupassant logró que su Bel-Ami fuese un icono de la belleza masculina que perdura en nuestros días con más pujanza que nunca.
    No debe confundirse con el donjuanismo o el Casanova, aunque a primera vista pudiese parecer lo mismo. Ambos son de generaciones y características muy diferentes. El don Juan es romántico y seduce porque ama a la mujer. Don Juan es el mujeriego por excelencia y Casanova representa al homo-erótico. Bel-Ami es la antítesis del romántico. Su personalidad tiene más alcance porque es pragmático y un arrivista que, partiendo de cero, utiliza a la mujer pero no ama. Esto le permite también utilizar sus encantos para seducir incluso a los maridos, tal y como hace en realidad. Bel-Ami no sabe amar porque su creador tampoco sabía hacerlo. Guy de Maupassant jamás amó a una mujer que no fuese de un modo material. Incluso llegó en muchas ocasiones a identificarse con su propio personaje. En más de una ocasión llegó a decir: «Yo soy Bel-ami». Esta incapacidad de Maupassant para amar, se manifiesta en su obra de un modo patente, llegando incluso a ser reconocido por él mismo:

     En los diálogos amorosos rompí multitud de cuartillas, porque tras su lectura lo que en principio me parecía adecuado, luego me producía hilaridad. Nunca supe describir bien las escenas de amor.

     En cualquier caso, Bel-Ami es todo un triunfo de la literatura que nos demuestra la inmortalidad de ciertos personajes que trascienden más allá de lo meramente ficticio y salen de los libros para convertirse en paradigmas de algún aspecto, virtuoso o abyecto, de la condición humana, siendo absorbidos e incorporados al lenguaje ordinario. Eso es un gran privilegio que confiere universalidad a una obra.


José Manuel Ramos González
Pontevedra, 15 de enero de 2012

miércoles, 11 de enero de 2012

El milagro de Lucía. Cuento de Navidad

Este es un cuento de Navidad que escribí una tarde de diciembre de 1995 para mis hijos Alejandro y Diana. He de decir que a los niños le gustó y quedaron un tanto conmovidos. Quiero compartirlo con quien le apetezca leerlo.

Era Navidad. Las calles estaban abarrotadas de gente que iba y venía con paquetes envueltos en brillantes papeles adornados con motivos alusivos a las fiestas, tales como campanitas, pequeños dibujos de Papá Noel sentado en su trineo, árboles, Reyes magos y muchos más. Los escaparates de los comercios estaban decorados con cintas doradas y las calles se iluminaban con muchas bombillas de colores dispuestas en diversas formas, y en ocasiones se podía leer en ellas “Bo Nadal” o “Navidad 95".
Pese al frío reinante, la gente estaba contenta porque se aproximaba Nochebuena e iban a disfrutar con su familia de una gran y apetitosa cena para conmemorar el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Unos a otros se saludaban diciéndose: “Feliz Navidad”, “Felices Fiestas”.

lunes, 2 de enero de 2012

La carta (relato)

“Hannover 11 de noviembre de 1670

Señor,
Apelo a vuestro principio de autoridad, para que me honréis con la revisión de estas notas.
Las someto a vuestra insigne persona para que las juzguéis y me digáis si las consideráis dignas de algún crédito y fiabilidad.
En ellas planteo un sistema que se asemeja al que los griegos denominaban método “exhaustivo” y con el que lograron averiguar, mediante particiones infinitesimales, áreas de figuras regulares. Con mi idea generalizo el sistema y puedo extrapolarlo a cualquier recinto.
Han sido estudiadas por mí reiteradas veces en busca de algún error que pudiera desvirtuarlas, pero como medida de prudencia, os las envío con el convencimiento de que vos sabréis valorarlas, si ha lugar a ello.
Lo que os envío es el fruto de un arduo trabajo, noches febriles y de insomnio. He aquí mi conclusión.
Así pues, me atrevo a acudir a vos para robaros un poco de vuestro inestimable tiempo, sabedor de que sois uno de los pocos, sino el único hombre en el mundo, que sabrá apreciar la magnitud de mis descubrimientos o hallar cualquier defecto que los haga inservibles. Sea como sea, cuento con vuestra absoluta sinceridad y discreción como me consta queda avalado por vuestra trayectoria académica.

Vuestro afectísimo,
Wilhem Leibnitz “


Isaac Newton miró aquel sobre procedente de Alemania. Como los demás lo dejó apartado en una pila de papeles que se amontonaban sobre su mesa. Acto seguido volvió a abrir su Biblia y se enfrascó en profundas meditaciones. Hacía tiempo que pretendía averiguar el Día del Juicio Final. Según sus cálculos cabalísticos había conjeturado que sería antes del año 2060, pero esa era una información muy inconcreta. Era vital averiguar la fecha exacta, pero se encontraba en un callejón sin salida.
Se quitó las lentes y en un acto inconsciente se frotó los ojos. Se levantó para prepararse un té. Cuando regresó a su mesa lo primero que vio fue aquel sobre. Mientras depositaba la taza con el líquido humeante sobre la mesa, abrió indolente la carta y extrajo una docena de papeles que contenían una escritura diminuta y apretada.
Vio la fecha. Casi dos meses habían transcurrido desde que aquel anónimo admirador le había escrito. Su primer pensamiento fue que se trataría de algún chiflado pretendiendo demostrar algún problema similar a la cuadratura del círculo, como tantas otras veces.
Comenzó la lectura. El escepticismo inicial dio paso a la curiosidad, luego al interés y por último al entusiasmo. En ocasiones tenía que volver sobre sus pasos porque alguno de los conceptos allí expresados le resultaba árido. No obstante lo que leía parecía brillante.
Cuando acabó, apartó la Biblia a un lado, abrió un cajón y tomó un folio inmaculadamente blanco. Era el papel que reservaba para sus manuscritos más preciados. Mojó la punta de la pluma de ganso en el tintero y, en letras primorosamente trazadas, escribió:

Method of fluxions by Isaac Newton. Cambridge 1671.

José Manuel Ramos González
2 de enero de 2012


El legado (relato)

Esa tarde lo habían desafiado en el bulevar. En realidad él había sido el culpable. ¿Cómo había podido actuar de un modo tan pueril ante la mujer de sus sueños? Había quedado como un idiota ante ella y por añadidura había puesto su vida en manos de un desconocido.
Era un estudiante de veinte años, imberbe y con un rostro que incluso aparentaba menos edad. Un día, paseando por una calle de París, vio a aquella dama. Era una mujer joven, hermosa y distinguida. Un sentimiento que en su vida había experimentado, le golpeó en el pecho como un mazazo. Era el primer amor de una adolescencia un poco tardía. Con timidez se acercó a ella y caballerosamente la saludó. Al verlo tan joven e indefenso, en ella surgieron unos incipientes instintos maternales. Se volvieron a ver y se hicieron amigos. Él perdidamente enamorado, ella divirtiéndose en lo que creía el inocente juego de seducir a un jovencito.
Un día, mientras la buscaba afanosamente en el bulevar, la vio a lo lejos acompañada de un caballero. La pareja iba tomada del brazo. El día era soleado; ella llevaba una sombrilla con elegancia y se dirigía al hombre con mirada risueña y coqueta. Su acompañante era un elegante hombre, de esos llamados mundanos, con un sombrero de copa y un bastón. Se les veía alegres y con cierta complicidad en sus ademanes. El chico recibió un impacto en el estómago, luego le subió una oleada ardiente hasta la cara que era una mezcla de indignación y odio. En realidad no sabía quién era el objeto de esa ira, si él o ella. En cualquier caso no fue consciente de que eran unos violentos celos.
Durante toda su vida había sido un rebelde, lo que le había procurado no pocos disgustos a sus padres. Ya no era la primera vez que había sido expulsado del colegio por su falta de respeto a la autoridad. Pero los celos, nunca habían formado parte de su carácter conspicuo e indómito … hasta ahora.
Sin meditarlo, y con el ímpetu que la naturaleza proporciona a un joven adolescente enamorado y celoso, se acercó a ambos y, dirigiéndose a la dama, exclamó con un tono evidentemente descortés: «Veo que estáis muy bien acompañada…». Ella quedó muda. El caballero, percatándose de la insolencia de aquellas palabras, preguntó a la dama: «¿Conocéis a este petimetre?». La furia, que pugnaba por salir por todos los poros de su piel, ya no conoció encierro y el muchacho propinó una bofetada al caballero.
La dama se llevó la mano enguantada a la boca con una expresión de horror reflejada en su rostro. El caballero, en un acto reflejo, levantó el bastón, dejándolo suspendido unas décimas de segundo en el aire. Luego, se recompuso con dignidad y dijo: «Caballero, exijo una satisfacción. Averiguaré quién sois y os enviaré a mis padrinos».
A partir de ese momento todo se precipitó. Esa misma noche, unos caballeros acudieron al ático donde malamente vivía rodeado de sus libros. Su habitación tenía una mesa, un camastro y un recipiente para encender el carbón en las frías noches parisinas. Él no conocía el protocolo del duelo, pero fue debidamente informado por aquellos hombres que, dicho sea de paso, se mostraron sumamente amables y respetuosos. Al ver a aquel muchacho tan joven, de vez en cuando uno de ellos miraba al otro y negaba con la cabeza con gesto que denotaba compasión. Solamente ellos sabían que su apadrinado era campeón de esgrima del ejército francés.
Le costó mucho dormirse. Al día siguiente temprano, acudió a la residencia de dos de sus compañeros de estudios. Les contó el incidente y les pidió que actuasen como sus testigos. Los muchachos aceptaron de inmediato. Es más, quedaron encantados con lo que para ellos era una aventura de hombres de honor. Él les dio la dirección a donde debían acudir para parlamentar y decidir las condiciones con los padrinos de su rival, y se fue cabizbajo hacia su domicilio. Tenía algo que resolver. Al mediodía, sus amigos sofocados por la carrera y el ascenso hasta el ático, le comunicaron que el duelo se celebraría a la mañana siguiente en el bosque de Bolonia y el arma elegida por el ofendido era la espada.
Ya solo en su cuarto, el pensamiento del enfrentamiento lo obsesionaba. Su cabeza era un torbellino de mil ideas, pero sobre todo primaba el temor a la muerte. Él no era hombre de armas. Lo único que siempre se le había dado bien eran las matemáticas. Enfrascado en sus estudios se evadía de la realidad. ¡Eso es! Las matemáticas le ayudarían a olvidar lo que ocurriría dentro de unas horas.
Se sentó, tomó papel y pluma y comenzó a escribir todas las ideas que en su mente bulllían, producto de los estudios que había efectuado y de lo que creía haber descubierto. Con anterioridad había sometido sus ideas a algunos profesores, pero su carácter indomable y su falta de disciplina académica, le cerraron las puertas de los estamento científicos más reputados, así que dejó de insistir por temor al ridículo y al rechazo. Era un estudiante de l’École Normal y seguramente no le darían crédito.
Pero intuía que iba a morir y era el momento de dar forma y ordenar sus ideas. Se volcó en la tarea. Dos propósitos fundamentales lo alentaban: dejar el testimonio escrito de sus descubrimientos y olvidarse del lance de honor en el que se vería envuelto al amanecer.
Trabajó toda la noche. El cansancio por la falta de sueño lo debilitó. No probó bocado, sus nervios le impedían tragar. Llegaron sus testigos a recogerlo. Salió de su cuarto pálido y temblando de frío y angustia…
En la mesa de su modesto cuarto, unas cuartillas escritas repletas de símbolos matemáticos, eran el último legado de aquel muchacho que dentro de unas horas pasaría a la historia de la Ciencia.
Se llamaba Evariste Galois.

José Manuel Ramos González
Pontevedra, 2 de enero de 2012