domingo, 23 de enero de 2011

La pájara de los Hautot

 La Pájara de Serrano Anguita y Hautot padre e hijo de Guy de Maupassant.

El 12 de noviembre de 1926 se estrena en el teatro Lara de Madrid la comedia de Francisco Serrano Anguita, La Pájara. Comedia en tres actos representada por una compañía de 9 actores.
La acción se desarrolla en Castilla en la misma época.
El argumento sintetizado es el siguiente:
D. Mariano, un campesino viudo pero adinerado, tiene una amante en la ciudad a la que va a visitar todos los domingos. El primer acto comienza con Guadalupe y su criada Eusebia haciendo todos los preparativos en la casa para la llegada a almorzar de D. Mariano. En compañía de ambas se encuentra D. Gaspar, un amigo común de la pareja y de edad ya avanzada.
Guadalupe es una hermosa mujer de treinta años, dispuesta y con mucha clase, mientras Eusebia, torpe y de baja condición, deambula entre las vajillas. Los amoríos de Guadalupe con D. Mariano son la comidilla de la rumorología malintencionada de la ciudad. Las malas lenguas le llaman La pájara, juzgándola díscola y casquivana al entregarse a un hombre mucho mayor que ella y que le ha puesto una pequeña tienda de mercería para que no pase apuros.
Mientras esperan, reciben la inesperada visita de Pablo, hijo de D. Mariano, un joven campesino como su padre que ha ido a llevarles la noticia de la muerte de D. Mariano en un accidente de caza. Pablo es la primera vez que se enfrenta cara a cara con la amante de su progenitor, cuya existencia acaba de conocer, pues el viejo antes de morir le rogó en plena agonía que cuidase de ella en todo lo que necesitara,. Ella  había sido la ilusión de sus últimos años y quien la había amado, y si no la había presentado en la granja era para honrar la memoria de su difunta esposa y mantener las formas ante su hijo.
Francisco Serrano Anguita
Pablo, de buen corazón, accede a la última voluntad de su padre y llega lloroso y emocionado a la casa. Tras la primera conmoción y las explicaciones de rigor que D. Gaspar, a la sazón un segundo padre para el joven, solicita de este, se produce un diálogo un tanto embarazoso por la situación entre Pablo y Guadalupe, finalizando el primer acto con la promesa de que Pablo regresará a almorzar el domingo siguiente para hablar de las últimas voluntades de su padre con más tranquilidad.
El segundo acto comienza en la granja de Pablo. Los jornaleros y las criadas circulan por la granja alegremente cantando coplas mientras realizan su faena, vigilados férreamente por la atenta mirada de Damiana, una anciana ama de llaves que lleva viviendo en la casa antes de que Pablo naciese. Ya ha transcurrido tiempo y la alegría vuelve a reinar entre las gentes del caserón. Guadalupe y D. Gaspar han sido invitados por Pablo a permanecer unos días en la casa campestre y Damiana está contrariada porque la presencia de la muchacha ha roto el ritmo que de ordinario llevan las labores de la granja. Además, en su condición de vieja criada de la dueña de la casa, considera una indignidad la presencia de esa mujerzuela a la que llaman la Pájara y que ha deslumbrado con sus galanuras al infortunado D. Mariano. Damiana desahoga sus cuitas con los otros criados, profiriendo improperios e inyectivas al mismo tiempo que indirectas sobre la funesta presencia de Guadalupe en la casa.
Pablo trata de convencer a Damiana, pero esta, encerrada en su caparazón de prejuicios, no atiende a razones. Pablo ignora la opinión de la vieja que al fin y al cabo no es más que una antigua sirvienta.
En un momento del segundo acto Guadalupe se queda a solas con Damiana. Mantienen un diálogo muy socarrón de entrada por parte de la sabia anciana y, tras una amable respuesta de Guadalupe, esta convence a la vieja de su buenas intenciones, pues le habla de un modo tan vehemente que Damiana no puede evitar conmoverse con la historia de la desgraciada muchacha a la que D. Mariano salvó del arroyo.
Hechas las paces entre las dos mujeres, toca el turno de entrar en escena a D. Gaspar y a Pablo a solas. D. Gaspar plantea a Pablo que averigüe si Guadalupe lo aceptaría como esposo. Pese a ser mayor para ella, le gustaría darle a la muchacha un apellido y una condición defendiéndola de las injurias e insultos que le prodigan las retorcidas gentes que le han puesto ese mote tan peyorativo. Pablo, que está perdidamente enamorado de Guadalupe, se queda atónito pero le promete a D. Gaspar que lo intentará tan pronto tenga ocasión. Y, desgarrado por el dolor, pide a Guadalupe que se vaya de la casa sin que esta entienda nada.
El tercer y definitivo acto comienza en casa de Guadalupe, mientras Damiana hace las maletas para tomar el tren que la lleve al pueblo. Guadalupe, solícita con la vieja, le regala prendas de la pequeña mercería que regenta financiada con el capital de D. Mariano para que la joven pudiera disponer de su vida, pero a la que casi no acudía clientela alguna por los rumores que circulaban sobre su fama.
Damiana se retira y D. Gaspar, presente también en la casa, es requerido para resolver unos negocios, quedándose a solas Pablo y Guadalupe. El joven aprovecha el momento para contar a Guadalupe las intenciones de D. Gaspar y como las valora. Ella, sorprendida al principio, se lo toma a risa finalmente, argumentando que D. Gaspar es como un padre para ella, como un confesor, pero que jamás se lo imaginó como esposo. Pablo, aliviado, va a dar la noticia a D. Gaspar que la acepta resignado comprendiendo las razones de la joven y considerándose estúpido por haber albergado alguna esperanza. Pero pasadas unas horas, Guadalupe, tras haber reflexionado gravemente, le da el sí a D. Gaspar. Cuando Pablo se entera y le va a pedir explicaciones, la mujer le confiesa que ha aceptado la proposición de D. Gaspar para alejarse de él, de quien también está enamorada. Ante las reiteradas explicaciones solicitadas por Pablo por ese repentino cambio de opinión, ella le dice que lo suyo no puede seguir adelante porque siempre pendería sobre ellos como una losa la sombra de su ex amante y padre de él. Finalmente pide a Pablo que se marche, cerrándose el telón.

Según la sinopsis argumental que acabamos de hacer, más parece un drama que una comedia, sin embargo los diálogos, sobre todo en la segunda escena, están salpicados de agudos comentarios con segundas intenciones, chascarrillos y coplas castizas que le dan unas pinceladas de humor que mitigan todo el dolor y sentimiento contenidos de los dos jóvenes. Los campesinos deambulan por la granja con un parloteo y jerga a veces grotesca que Serrano Anguita conserva en su obra. Como muestra de alguna de los estribillos cantados por los campesinos reproducimos las siguientes:

Una moza fregando,
Dijo a un puchero:
 «¡Ojalá Dios te güelvas
 mozo soltero».

Va diciendo mi padre
Que no te ayudo.
De dos panes que gana
Me como uno.

El campesinado castellano castizo queda muy bien retratado en la obra y es precisamente lo que le aporta esa pizca de humor que adereza el enredo amoroso.
Es de justicia decir que, según las crónicas de la época, los actores interpretaron su papel con intensidad y el público disfrutó de la obra.
Así, en el periódico El Sol del día 13 de noviembre de 1926, podemos leer:

Estrenada ya con buen éxito en provincias, el público que asistió ayer tarde a este teatro acogió la nueva producción del Sr. Serrano Anguita, “La pájara”, con reiteradas demostraciones de agrado, refrendando así el buen juicio que les mereciera a quienes disfrutaron de sus primicias fuera de Madrid.
Aunque la comedia tiene por punto de partida el final de un cuento de Guy de Maupassant, en nada se relaciona la acción de “La pájara”,con el trabajo de aquel que fue uno de los mejores cuentistas franceses. Por eso consignamos que la obra del Sr. Serrano Anguita tiene sólo por punto de partida la terminación de la del autor de “Bel ami” y “Fort comme la mort”; donde acaba el cuento allí comienza la comedia, en pleno ambiente castellano, donde arraiga fuerte y duro el carácter de los personajes que juegan en la acción.
[…]
“La pájara”, que es la mujer que despierta codicias de amor, entre varios hombres, fue encarnada por Concha Catalá.
[…]
El autor se presentó en los finales de los actos, acompañado de los artistas, a recibir los plácemes del auditorio.

Es precisamente esta noticia lo que nos lleva a averiguar de que cuento de Maupassant se trata.
Sin ningún género de dudas el cuento en cuestión es Hautot père et fils, publicado en L'Écho de Paris, el 5 enero 1889 y recogido con posterioridad en la antología La main gauche. La primera vez que a nosotros nos conste que se publicó en España fue en el año 1948 por la editorial Aguilar con motivo de la edición de las Obras Completas de Maupassant traducidas por Luís Ruiz Contreras. El cuento se titula en castellano Hautot padre y sucesor. Quizá se hubiese traducido con anterioridad, pero lo que nos parecería sorprendente es que fuese publicado en España antes del estreno de la obra. Los dramaturgos no podían arriesgar su reputación de ese modo, máxime teniendo en cuenta el ya comentado silencio de Serrano.
Resumamos la trama del cuento para una posterior comparación.
Hautot es un campesino con recursos económicos que ha enviudado hace unos años, viviendo en el campo con su hijo César, un muchacho ya pasada la adolescencia y de buen corazón. El viejo, viéndose solo, tiene una amante en la ciudad a la que va a visitar todos los jueves de la semana y con la que hace cuatro años ha tenido un hijo fruto de ese amor de senectud. Mantuvo oculto a César la situación para honrar la memoria de su difunta esposa. Pero un accidente de caza da un giro imprevisto a los acontecimientos y, ante el postrer momento y en plena agonía, cuenta a César todo y le hace prometer que cuidará de su ex amante para que no le falte de nada.
César con las lágrimas en los ojos accede a la petición de su padre que expira en sus brazos.
El primer jueves, después del luctuoso suceso, César se presenta en el pequeño piso de Caroline y su hijo, donde todo está ya dispuesto para el almuerzo de su padre. Cuando el muchacho tímidamente se identifica y comunica a Caroline lo sucedido, está rompe a llorar deshaciéndose en un mar de lágrimas y el chiquillo, asustado, creyendo que César es culpable del estado de su madre, comienza a golpear desaforadamente al joven, el cual permanece impasible y conmovido ante la escena de dolor de la joven.
Tras el impacto del primer instante, y después de un diálogo un tanto tenso por lo embarazoso de la situación, todos se van recuperando y César acaba aceptando la invitación para quedarse a almorzar, prometiendo a Caroline que volverá el jueves siguiente a visitarla.
Así finaliza el cuento, con la implícita, pero obvia atracción que se ha producido entre los dos jóvenes y que consecuentemente César acabará ocupando el lugar dejado por su padre.
Tras el resumen de ambos argumentos no hay duda de que Serrano se inspiró en este cuento de Maupassant. Aunque creemos que Serrano tenía la obligación de citar esta fuente. Al no hacerlo parece dejar en entredicho su probidad como autor teatral. Por el contrario, años después con motivo del estreno de su obra Quince diamantes, si manifestaría que la obra estaba basada en un relato de Maupassant sin citar su título, pero que creemos que se trataba de El collar.
Así pues, considerémoslo un pecadillo de juventud por parte del Sr. Serrano y redimido años más tarde.
En ambas obras, pero tal vez con más intensidad en la de Serrano, se nos muestra el estereotipo de la pareja entre la muchachita díscola y el viejo rico que la logra traer al redil salvándola de convertirse en una mujer descarriada. Estereotipo que todavía genera prejuicios de los que lamentablemente no nos hemos desprendido.
La pieza teatral omite por completo la escena del accidente de caza y la confesión de la última voluntad del padre, D. Mariano, que aparece narrada por Pablo en la primera escena. El personaje del niño de cuatro años se reemplaza por D. Gaspar, el amigo común y que a la postre tendrá un rol significativo en el desarrollo de la obra. Resulta de sentido común la ausencia del niño de cuatro años en una obra de teatro.
Donde Maupassant finaliza continúa Serrano Anguita. Y a partir de ahí la conducción de la obra corre a cargo del dramaturgo. Como en una carrera de relevos, Maupassant entrega el testigo a Serrano Anguita que corre con su zancada y estilo peculiar, completamente disímil al del autor francés.
Pablo y Guadalupe se enamoran sin declararse su mutuo sentimiento hasta el final de la obra, pero sobre ellos pesa la sombría losa de D. Mariano. Esta mezcla de temor al que dirán y respeto a los difuntos queridos, obliga a Guadalupe a sacrificarse renunciando al amor correspondido de Pablo, para entregarse como esposa a D. Gaspar.
Hautot père et fils es un relato excelente. La maestría de Maupassant de expresar tantas emociones en tan pocas líneas, queda de manifiesto una vez más en esa narración. Dolor, pena, asombro, emoción, afecto y finalmente amor. Maupassant logra hilar muy fino todos estos sentimientos y combinarlos en tan solo cuatro mil palabras.
En Maupassant no existe el dilema moral que surge en el alma de La Pájara. Evidentemente las costumbres finiseculares decimonónicas en Francia eran más disipadas que en la España de 1926, donde la Iglesia ejercía una fuerte influencia y la condena popular era un duro lastre.
Mientras el relato de Maupassant se desarrolla en el cuarto en el que Caroline vive con su pequeño hijo, en La Pájara, la escena primera y tercera tienen lugar en el domicilio de Guadalupe, mientras que la segunda se desarrolla en la granja de César, donde va naciendo el amor finalmente frustrado.
Para Serrano Anguita los escrúpulos morales priman sobre el amor, como ya hemos argumentado. Para Maupassant el idilio entre Caroline y César Hautot se produce como una transición natural, siendo Hautot padre, el puente que ha de dar continuidad al romance.
Ambos desenlaces parecen ser fiel reflejo de la moral que se respiraba en ambos países en las épocas en las que fueron escritos.
En cualquier caso, henos una vez más ante un ejemplo de la universalidad de la obra de Maupassant.

José M. Ramos González
Pontevedra, 23 de enero de 2011