sábado, 20 de noviembre de 2010

El acoso escolar. Bullying

Bullying es un término anglosajón que significa intimidación o abuso; también se utiliza como adjetivo cuando se dice de una persona que abusa de sus inferiores física o psíquicamente en un ámbito escolar. En cualquier caso es una palabra que lamentablemente está de moda en nuestros días por su actualidad mediática, debido sobre todo a una pérdida de valores en la juventud y a una brecha enorme en nuestro sistema educativo por donde desparecen, como engullidos en un abismo legislativo, el poder de legítima autoridad del adulto (entiéndase profesorado y familias) y el sentido de la disciplina, ausente casi por completo en nuestros Colegios e Institutos.
Pero este no es un mal nuevo. Es tan antiguo como la humanidad. No deja de ser más que una manifestación violenta de la supremacía del fuerte sobre el débil, con la particularidad de que el vencedor no suele ser compasivo y retroalimenta sus ataques a medida que el vencido va minimizándose cada vez más. El Bullying es despiadado. La víctima casi siempre acaba  convencida de ser un guiñapo impotente, y a veces sintiéndose culpable, tratando de buscar cualquier medio de liberación que en algunos casos resulta ser trágicamente irreversible.
El hecho de que siempre haya estado agazapado ahí, no justifica su existencia en pleno siglo XXI, cuando por ejemplo nos escandalizamos por el maltrato infligido a los animales y no ponemos todo de nuestra parte para evitar estas situaciones tan lamentables cuyas víctimas son seres tanto o más indefensos que las fieras, al fin y al cabo nuestros hijas e hijos no tienen astas con las que defenderse.
Yo, con catorce o quince años, fui víctima de acoso por parte de un compañero de clase, repetidor y dos años mayor que yo. Era un fracasado y no sé que será de él hoy, pero no creo que se haya redimido. No le guardo rencor porque probablemente él también fuese una víctima de sus circunstancias, algo muy frecuente en el acosador. Su método consistía en pegarse a mí como una lapa cuando teníamos que realizar un examen, y si no le pasaba una nota con las respuestas o no se las susurraba, me abofeteaba en la calle y me amenazaba constantemente. Soporté estoicamente ese curso escolar arriesgándome a ser descubierto por mis profesores soplándole al muy ladino las respuestas del examen. Yo era tan ingenuo que no sabía que temer más, si a las amenazas de A.M. (esas eran sus siglas) o a ser sorprendido in fraganti por la persona que en ese momento me examinaba y para mi era digno del mayor de los respetos. Sentía que estaba cometiendo una falta y si no me agredía A.M., me sentía también mal porque consideraba que de algún modo había puesto en peligro la confianza que depositaba en mí el docente de turno. Todavía hoy, desde mi perspectiva como profesor, no podría dilucidar que era lo que más me turbaba.
Por supuesto cometí los errores del acosado: no cortar de raíz los incidentes desde el primer momento, no comentarlo a mis padres ni por supuesto a los responsables del Instituto. El eterno miedo a las represalias siempre pende como una espada de Damocles sobre la víctima. Denunciarlo a la policía era irrisorio en aquellos años.
Y lo más paradójico de la situación es que tanto por unos y por otros, estas bromas eran consideradas chiquilladas sin tener en cuenta el sufrimiento de los que las padecían, así que… a tragar. No salía ninguna noticia en la prensa de ningún acto que pudiese perturbar el desarrollo de una sociedad maquinalmente dirigida por unos órganos de poder absoluto que querían transmitirnos lo idílica que era nuestra vida.
¿Qué es lo que ha cambiado? Poco, pero hoy hay más información. No tenemos justificación para no combatir.
Las motivaciones del bullying son los celos, la envidia, la maldad, la cobardía (no suelen actuar en solitario en la mayoría de las ocasiones)… semillas que, en un terreno ambiental y familiar abonado, son el germen del futuro delincuente, del fracasado, del frustrado. ¡Qué disfrute de su poder mientras pueda que al final la vida pondrá a cada uno en el lugar que le corresponde!
Soy consciente de la dificultad que supone erradicar esta práctica, pero solamente hay una solución: la denuncia. Ponerlo en conocimiento de las familias, de los responsables del centro educativo, y como último término acudir a las autoridades. Lo más difícil es dar el primer paso, pero hay que arriesgarse. La dignidad personal y el honor bien valen unos hematomas (esperemos que la cosa no pase de ahí). Una vez logrado liberarse de esta lacra, la víctima llevará sus heridas con orgullo, como un soldado que ha caído herido en una batalla pero que al final ha ganado la guerra.
Ganémosle la guerra al bullying entre todos y todas tratando de hacer a nuestros jóvenes más solidarios, tolerantes, comprensivos y conscientes del sufrimiento ajeno.
Recomiendo a los educadores y a las familias algunas películas que nos muestran el bullying en su desgarradora realidad y que sean ellos quienes juzguen la conveniencia o no de proyectarlas a su alumnado o a sus hijos e hijas, habida cuenta que algunas de ellas contienen escenas realmente duras pero lamentablemente no por ello ficticias. Hay que curtir a nuestros jóvenes en algunos aspectos de la vida aun a costa de enseñarles la realidad tal como es en sus aspectos más negativos.
La tan controvertida asignatura de Educación para la ciudadanía debería contener un tema completo dedicado al bullying. Si no es así nos toca a nosotros actuar, familias y profesorado. Si dejamos pasar el tiempo o miramos para otro lado tal vez sea demasiado tarde.
El tema es tratado con profusión por Hollywood de forma tangencial y sin darle mayor relevancia, (recordamos mil y una escenas donde algún alumno o alumna de una High School, el equivalente a nuestros Institutos, es víctima de la broma cruel de algún compañero o compañera) pues normalmente son escenas que forman parte del guión de una comedia.  Sin ánimo de ser reaccionario, y también haciendo autocrítica me pregunto ¿qué se puede esperar de una industria cinematográfica donde lo que prima es la violencia, el sexo indiscriminado o el derramamiento de sangre arbitrario? El tomar a chanza el bullying es el menor de los males. Culpable es también la sociedad que consume esos productos.
No obstante lo anterior, citaré tres películas que tratan el tema del acoso escolar de un modo realista y didáctico. Por pocos escrúpulos que se tengan, el visionado de estas tres películas debería ser una potente vacuna contra cualquier tentación de agresión física o psíquica a un compañero o compañera.
Elijo estas tres en particular porque abordan el problema explícitamente, por su realismo y veracidad, por su carácter pedagógico para los jóvenes, familias y profesorado, y por supuesto por tratarse de cine de gran calidad.
Véanlas y tendrán una visión más clara y otra perspectiva más honda y aterradora del monstruo que acecha en las aulas en las que conviven a diario nuestros hijos e hijas.
Las películas son:

Cobardes. España. 2008. Dirección: José Corbacho, Juan Cruz
Reparto: Lluís Homar, Elvira Mínguez, Paz Padilla, Antonio de la Torre, Javier Bódalo, Eduardo Espinilla, Eduardo Garé, Ariadna Gaya, Maria Molins

Bullying. España. 2009. Dirección: Josecho San Mateo.
Reparto: Albert Carbó, Laura Conejero, Carlos Fuentes, Joan Carles Suau
 
La Clase (Klass). Estonia. 2007. Dirección: Ilmar Raag
Reparto: Vallo Kirs, Pärt Uusberg, Paula Solvak, Margus Prangel, Tiina Rebane, Merle Jääger


José M. Ramos González
Pontevedra. Noviembre 2010


jueves, 18 de noviembre de 2010

El papá de Simón

 20 de noviembre. Día Internacional de los derechos de la infancia
Artículo 3º.- El niño y la niña tiene derecho desde su nacimiento a un nombre […]
     Artículo 6º.- El niño y la niña, para el pleno desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus progenitores y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material 


El Papá de Simón es un cuento del célebre escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), que apareció publicado por primera vez en  La Réforme politique et littéraire el 1 de diciembre de 1879. Es uno de sus primeros cuentos breves, género en el que este autor destacaría hasta el punto de ser uno de los mejores y prolíficos cuentistas de la literatura universal contemporánea.
El papá de Simón narra las vicisitudes de un niño de 7 años que va por primera vez a la escuela. Un niño tímido al que su madre siempre mantuvo oculto por la vergüenza a mostrar ante la gente el fruto de un amor frustrado. Simón es hijo de una mujer soltera y no sabe quien es su padre.
Cuando es preguntado por primera vez por sus compañeros como se llama, él responde tímidamente que su nombre es Simón. ¿Simón qué? insisten los pilluelos. ¡Simón! ¡me llamo Simón!... Las burlas de los chicos no se hacen esperar y le arrojan a la cara que no tiene apellido porque no tiene padre…
¿Padre? Al principio queda estupefacto, pero es cierto. No tiene padre pero no puede permitir tales burlas y se enfrenta valientemente a sus compañeros que huyen ante su vigor físico.
Triste, confuso y con lágrimas en los ojos se aleja hacia los campos, habiendo tomado una determinación. Quiere ahogarse porque en cierta ocasión cuando sacaron el cadáver de un mendigo ahogado en el río alguien dijo: “Ahora es feliz”. Quería liberarse de esa tremenda y pesada carga que es la falta de un padre que se fraguaba en la ingenua mente infantil como algo monstruoso y reprobable.
Ya en la orilla del río y sofocado por los sollozos, alguien se dirige a él para preguntarle que le ocurre. Se trata del herrero del pueblo, un mocetón soltero y sensible que por allí pasaba. El niño le cuenta sus pesares y el herrero le dice que de ahora en adelante cuando le pregunten diga que su padre es él y que si alguien vuelve a burlarse tendrá que vérselas con el enorme hombretón.
Henchido de felicidad y orgullo, Simón regresa a la escuela para informar a todos que su padre es el herrero del pueblo. Los demás niños quedan atónitos y atemorizados pues de todos es conocida la fortaleza y hombría de ese joven.

El dolor y sufrimiento de Simón es compartido por muchos niños en el mundo que no tienen el afecto y protección al que tienen derecho. Es paradójico este efecto multiplicador: burla y ensañamiento con alguien al que un nacimiento sin progenitor ya ha sustraído parte de uno de los más elementales de los derechos: conocer al padre. ¿No se ha ensañado ya la vida suficientemente para tener que recordárselo a diario en la escuela? Hoy, que tan aficionados somos a dar nombre a todo, diríamos que Simón es víctima de un acoso escolar que casi desemboca en suicidio. Hay casos en nuestro país donde este tipo de situaciones ya se han producido. El acoso escolar, o si recurrimos a los anglicismos el bullying, es moneda frecuente en nuestros centros escolares y es algo a atajar por parte de los educadores y sobre todo por una educación familiar adecuada y cimentada en el fomento de valores tales como el respeto, la tolerancia y el honor.
Pero la sociedad también es culpable en muchas ocasiones por la doble moral de la que tantas veces da muestras. Todavía en algunos ámbitos una madre soltera puede producir una cierta compasión despectiva que, como bien dice Maupassant, se transmite de forma inconsciente a los niños.
La historia de Simón puede parecernos hoy una cuestión baladí. En la actualidad, una madre soltera ya no es una apestada como no hace mucho tiempo; ya no es una vergüenza para la familia como sucedía no ha pocos años. Pero debemos contextualizar esta narración cuando fue escrita y en que entorno se desarrolla la acción: en la Francia rural del siglo XIX, donde la mujer soltera que quedaba embarazada y era abandonada por el truhán de turno, había cometido un pecado capital y quedaba marcada para toda su vida. Difícilmente podía rehacer una vida en un hogar feliz. No ocurre así en el cuento que nos ocupa con un desenlace feliz: El herrero acaba contrayendo matrimonio con la madre de Simón. Cosa extraña en Maupassant tratándose de un autor eminentemente pesimista que siempre trató las miserias humanas con el escepticismo propio de un nihilista y para quien la vida no era más que una inmensa nausea (como postularía años más tarde el filósofo Jean Paul Sartre). La única explicación que encuentro al desenlace del Papá de Simón es que fue escrito en plena juventud de su autor (contaba con 29 años) y todavía podía atisbarse en él algún asomo de dicha o alguna pequeña brecha por donde penetraba algún aspecto idílico de la vida. Grieta que pronto se cerraría para convertirse en un pétreo muro infranqueable a cualquier placer, alegría, goce o sencillamente paz interior.
 La mayoría de los cuentos que escribió a partir de 1880 suelen ser fotografías de la miseria humana, de la inanidad de la vida, de la desesperanza y la falta de fe… “lo único cierto es la muerte”, decía en sus arranques de taciturno pesimismo. Una vida destrozada por una sensibilidad demasiado excitada por los estimulantes artificiales, aderezada con unas dotes de observación fuera de lo común que le permitía registrar absolutamente todo, pero con una especial relevancia la fealdad de las cosas y las gentes.
El papá de Simón es una rara excepción en su desenlace, aunque ya apunta un género dramático si analizamos los sentimientos y sufrimiento del niño ante la certeza de que no tiene padre. Nos conmueve la primera parte del relato.
En definitiva, no es el mejor cuento de Maupassant ni está considerado entre los mejores porque el argumento tampoco es demasiado original, sin embargo está muy bien tratado y escrito y a todos nos emocionan los llantos del chiquillo en la soledad de la orilla del río y nos duelen las burlas crueles de sus compañeros.

Hay que proteger a nuesta infancia de los prejuicios de una sociedad que todavía mantiene reminiscencias del pasado considerando que ciertas convenciones no deben ser alteradas. Así hay quien todavía se rasga las vestiduras porque un matrimonio homosexual pueda adoptar un niño o una niña. Lo que nos debería encoger el corazón es que haya niños y niñas en el mundo que carezcan del amor y afecto que le deben dispensar sus progenitores, sea en el contexto sexual que sea. El amor debe primar sobre todo lo demás, en la infancia especialmente porque esta es el estamento más frágil de nuestra sociedad y el Papá de Simón así nos lo enseña.

¡Buena lectura!


Para leer el Papá de Simón ir a


José Manuel Ramos González
Pontevedra, noviembre 2010


sábado, 30 de octubre de 2010

El cine y las matemáticas


El cine es una fuente inagotable de información, un medio sin parangón para la difusión de cultura, y, como no hay nada perfecto, lamentablemente también a veces suele fomentar algún que otro valor no tan deseable. Pero entre otras cosas, el cine nos enseña historia, literatura, arte, y por supuesto ciencia; nos proporciona vocabulario, nos permite “viajar” (incluso al pasado y al futuro) sin movernos de nuestra ciudad; es una ventana abierta a millones de vidas que pueden ser para nosotros modelo a seguir o ejemplo de lo que queremos o debemos ser. Para los niños y niñas de muchas generaciones fue un vivero de héroes y heroínas que acertaron a activar su imaginación infantil, procurándoles una gran cantidad de ideas para poner en práctica en sus juegos cotidianos. ¿Quién no jugó a ser Supermán o trató de emular a John Wayne? Por otra parte, el cine posee la gran ventaja de que es un arte de fácil acceso, que llega a todo el mundo, sin distinción de edad, raza o cualquier otra característica que pueda suponer una diferencia entre culturas o personas, ya que no en vano existe una frase muy popular que pone de manifiesto su valor: “Más vale una imagen que mil palabras”.
Bien cierto es que, como todo en la vida, es necesario evaluarlo con espíritu crítico y analítico, filtrando lo bueno de lo malo, la mena de la ganga, lo artístico de lo mediocre, aunque todos estos conceptos han de ser pasados inevitablemente por la criba de nuestros gustos y percepciones, así como por la ineludible carga de nuestro propio bagaje cultural que nos impide ser objetivos de un modo absoluto en todos nuestros juicios, pero es importante tener nuestras propias opiniones y reflexionar tras el visionado de una película para preguntarnos cual fue la impronta que ésta dejó en nuestro espíritu, qué cantidad de sensaciones provocó, e introducirla o no en el baúl de nuestros más queridos recuerdos que conservaremos en nuestro cerebro durante toda la vida como una imperecedera joya. ¿Quién no vio una película que jamás olvidó? ¿Y cuántas pasan ante nuestros ojos sin pena ni gloria? Pero también de las películas de calidad cuestionable siempre nos queda algo: esa sensación, ese prurito, esa frase, esa idea alojada en nuestro subconsciente que al fin y al cabo también forma parte de nosotros.
Pero para que se produzca este proceso de selección tenemos que disponer de un catálogo, un listado, la oportunidad de visionar esas imágenes que nos harán disfrutar, que nos ayudarán a ser unas personas más preparadas, más cultas, más enriquecedoras para nosotros mismos y para quiénes nos rodean. Esta selección, esta muestra, debiera ser una de las labores de nuestros docentes como divulgadores de conocimiento, como heraldos de sabiduría, aunque lamentablemente mi experiencia me demuestra que se suele abusar en exceso de la pizarra y no dedicar demasiado tiempo a poner al alcance de nuestros jóvenes gran parte de este material, ya no sólo en las Ciencias, sino en cualquier otra disciplina.
No faltan películas dedicadas a las Ciencias, y en particular a las matemáticas, bien en formato documental o en producciones para el cine comercial y de entretenimiento.

Es obligado comentar que en la gran mayoría de películas en las que las matemáticas forman parte del guión se presentan de modos diferentes, según la mayor o menor importancia que la trama les conceda. Exceptuando muy pocos casos, las matemáticas en el cine se utilizan básicamente con los siguientes fines: En primer lugar para proporcionarle al protagonista una personalidad débil, cartesiana, con un mundo interior completamente dominado por la lógica, sin dejar ninguna puerta abierta a otros aspectos de la vida que no estén controlados por el intelecto, donde las emociones sucumben ante la razón; un tópico más que el cine es pródigo en fomentar como tantos otros: el matemático despistado, sumido en sus pensamientos, ajeno a lo que lo rodea y con un coeficiente intelectual muy por encima del resto de los mortales.
En otras ocasiones, por el contrario, las matemáticas sirven para poner de relieve diferencias, para destacar al protagonista por encima del resto de los personajes, como si su capacidad para la comprensión y desarrollo de esta ciencia, su visión del mundo, lo convirtiese en una especie de superhéroe intelectual, del mismo modo que una buena musculatura se nos antoja necesaria para dar realce y credibilidad a la fuerza física de los protagonistas de las películas de acción. Jamás hemos visto a Tarzán con gafas o resolviendo un problema de lógica por sencillo que fuese, ni a un matemático con unos buenos bíceps, a no ser que traten de ser parodiados tratando de huir siempre de los estereotipos; sin embargo, aunque seguro que las hay, no conozco o no recuerdo ninguna película donde se transgredan los roles de ese modo. El conocido actor Arnold Schwarzenegger jamás daría el perfil de matemático, sin embargo sería más verosímil interpretado por un Dustin Hoffman o un Woody Allen.
Y por último, no podía faltar el científico loco, aunque éste suele ser generalmente un médico (Frankenstein, Dr. Jeckyll) o un físico inventor de la imposible máquina del tiempo, o el químico que utiliza sus conocimientos al servicio del mal o a hacer realidad un sueño imposible, como en El increible hombre menguante, El hombre con rayos X en los ojos… y tantas otras. El matemático suele ser el teórico y sus descubrimientos se reducen a la pizarra, para que sean otros quienes los lleven a la práctica.
En definitiva, como hemos expuesto, el rol del matemático en el cine sirve, la mayoría de las veces, para dos fines completamente opuestos, pero perfecta y paradójicamente compatibles: el enano físico y el gigante mental. Menos pródiga es la figura del gran profesor y del matemático loco, aunque también está presente en alguna que otra película. En cualquier caso, para bien o para mal, siempre acaban siendo protagonistas.

        Obviamente no es aquí el lugar para establecer una relación de cintas ya que tendría para un tratado si me refiriese a todas las películas que de algún modo presentan la Ciencia como protagonista o como decorado.
 Existen obras que estudian la relación entre el séptimo arte y las ciencias. En particular no puedo dejar de citar, para aquellos lectores que quieran ahondar más en el tema, el excelente libro Las matemáticas en el cine de Alfonso Población Saéz, publicado bajo los auspicios editoriales de la Real Sociedad Matemática Española en el año 2006.

Resulta una experiencia gratificante explicar a mi alumnado un ejercicio de probabilidad o un acertijo lógico remitiéndome a algo más atractivo que un libro de texto, es decir a una buena película.
Soy de la opinión de que la historia de la Ciencia es una parte importantísima de la historia de la Humanidad y nuestros jóvenes adolecen, por los programas educativos que a veces son tan constreñidos, de una falta de cultura en muchos ámbitos, pero en el científico es más notable; podrán manejar con soltura una calculadora pero no saben quien es Alan Turing; sabrán la formula de la gravitación universal pero Newton no es más que un nombre para ellos; sabrán que Edison fue un gran inventor, pero seguramente no habrán visto los films El joven Edison y Edison hombre.
 Por último, no debemos olvidar que las matemáticas y la música son los dos únicos lenguajes universales (el esperanto fue un intento fallido) y es importantísimo potenciar ambos; y ya no sólo en la ciencia, sino en lo referente a cualquier aspecto de la docencia, hoy en día tenemos toda la tecnología a nuestro alcance para divulgar todo ese conocimiento, siendo el cine un elemento más. ¡Utilicémoslo!


José M. Ramos González
Pontevedra, Abril 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

La herencia del viento

Evolucionistas versus creacionistas


"La herencia del viento". Así se titula la extraordinaria película que enfrenta a las dos teorías que más controversias han suscitado. Diferencias insalvables que todavía siguen latentes en algunos ámbitos desde que Darwin escribió su célebre libro La Evolución de las especies que tantas ampollas levantó entre los creyentes más fervientes de todo el mundo. Al no leerlo ni comprenderlo lo resumían todo a un único y escandaloso postulado: “El hombre desciende del mono”, contradiciendo la creencia tan arraigada a lo largo de los tiempos de que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, tal y como revela El libro del Génesis en el Antiguo Testamento. La Biblia era interpretada textualmente ya que la palabra de Dios no podía prestarse a ambigüedades.
Para los fanáticos religiosos La Evolución de las Especies era obra de un loco, un pagano, un hereje, mientras que la Biblia era la palabra de Dios revelada a los hombres, por lo tanto cualquier comparativa resultaba vana e incluso sacrílega. Imaginemos el dificil camino recorrido por los primeros audaces que pretendieron conciliar ambas obras.
El debate entre creacionistas y evolucionistas parece hoy en día perdido para los primeros, debido sobre todo a lo que en los últimos siglos la Ciencia y la Tecnología nos han aportado. La Iglesia Católica ha reivindicado las teorías de Darwin como compatibles con el relato de la Creación y, un poco a regañadientes, ha pedido perdón; reconoció sus errores por arbitrarias excomuniones, siendo la más célebre la de Galileo; trató de adaptarse a los tiempos modernos y conservar en su seno a los creyentes en Dios y los adeptos a los avances científicos que a la sazón eran muchos. Pero no hace muchos años el debate era tan estéril como apasionante debido a los argumentos de unos y otros, e imposible cambiar de bando ante la firmeza de las convicciones. 
Tras las guerras religiosas que tanta sangre derramaron como las Cruzadas o la guerra de los Cien Años, y una vez que la Inquisición afortunadamente pasó a mejor vida y dejó de quemar herejes, la fe y la razón  se enfrentaron y continúan enzarzados en el campo de batalla de una dialéctica no exenta de intolerancia, intereses y sobre todo oídos sordos; en  definitiva, una prueba más de la torpeza y debilidad de la la humanidad. Al margen de esta disputa vamos a dejar las guerras santas que todavía hoy tanta sangre derraman en nombre de Dios y provocadas por el odio y la intolerancia más que por la fe.
En el año 1925, el Estado de Tennessee aprobó una ley que prohibía enseñar en las escuelas públicas cualquier teoría que estuviese en contra de la creación de la vida tal como aparece en la Biblia. J. T. Scopes, un profesor de instituto, decide enfrentarse a la nueva ley provocando el consiguiente escándalo en la opinión pública más conservadora.
J. T. Scopes es acusado por un grupo de “ciudadanos concienciados” de enseñar evolucionismo en sus aulas y por tanto de transgredir la ley, lo que lo lleva a los tribunales donde el proceso es muy seguido con interés por todos los medios de comunicación del país ante lo insólito del mismo.
Hasta aquí los hechos reales.

En el año 1960, Stanley Kramer dirigió la película Inherit the Wind, titulada en español La herencia del viento y que lleva al celuloide el juicio al que fue sometido el profesor J.T. Scopes (en la película llamado Bertrand Kates e interpretado por Dick York), con una magistral actuación como abogado de la defensa de Henry Drummond (Spencer Tracy) y del fiscal procreacionista y ultraconservador Matthew Harrison Brady (Fredric March)
Toda la película se desarrolla prácticamente en el interior de la sala del juzgado, donde se esgrimen argumentos a favor o en contra de una u otra teoría. De hecho está basada en una obra teatral y los exteriores son pocos o irrelevantes.
Siempre fui de la opinión que el título sugiere la esterilidad del debate. ¿Qué esperamos heredar del viento? Nada, aunque la película de algún modo pretende lograr algo y realmente lo consigue.
Debo poner de manifiesto que desde el primer momento la película peca en exceso de parcialidad abogando claramente por los evolucionistas, ridiculizando en varias escenas la figura del Harrison Brady, mostrándolo como un retrógrado, fanático e intolerante y a veces dándole el aspecto de un hombrecillo con actitudes seniles.
Lo que nos dará una clara idea de por donde discurre la película son las siguientes intervenciones:
El fiscal Brady, tras interrogar a un alumno de Kates, afirma:

 “Es evidente que los miembros del jurado han percibido en este muchacho que sufre un trágico confusionismo. Se le ha dicho que ha evolucionado de un animal envuelto en vil fango y sucio cieno. Estos detractores de la Biblia, estos evolucionistas son transmisores de veneno, y la legislatura de este Estado soberano ha tenido la sabiduría de obligar que los productos venenosos, embotellados o en libros, indiquen en sus etiquetas el producto que intentan vender. Sostengo que si esta ley no se respeta, este muchacho formará parte de los que han perdido la fe gracias a la enseñanza atea, pero si el rigor de la ley no se aplica en el caso de Bertran Kates, los creyentes del mundo entero que están pendientes de nosotros y escuchan nuestras palabras, gritarán juntos: “Bendito sea el tribunal”.

El abogado intenta llamar al estrado a científicos reputados en campos tales como la Geología, la Zoología, la Paleontología, etc., pero ante la protesta del fiscal, tildándolos de científicos agnósticos, el juez no permite sus testimonios por irrelevantes en el caso. Ante tal flagrante injusticia el abogado explota en un arranque de ira y manifiesta:

Creo que a mi cliente ya lo han declarado culpable. Si cogen una ley como la de la evolución y consideran un crimen que se  enseñe en las escuelas públicas, luego lo será en las privadas y mañana leer sobre ella y después prohibir periódicos y libros, y luego enfrentar católicos contra protestantes e intentar introducir su doctrina en todas las mentes. Si son capaces de una cosa son capaces de otra y el fanatismo y la ignorancia desarrollan mucha actividad y necesita alimentarse. Y muy pronto, ondeando banderas y al son de tambores, todos iremos marcha atrás retrocediendo a las gloriosas épocas del siglo XVI cuando los fanáticos quemaban a los que se atrevían a aportar luz y conocimiento a la mente humana.

Ante la negativa del juez de permitir el testimonio de los científicos y utilizar el libro de Darwin, el abogado solicita hacer uso de la Biblia para aportar datos de vital importancia para la defensa de su cliente, haciendo comparecer al estrado al propio fiscal. Este, sorprendido de entrada lo insólito de su llamada como testigo de la defensa, se aviene a ello ya que considera que si los argumentos se basan en las Sagradas Escrituras no habrá nada que perder. Lo guía la Palabra de Dios.
Pese a su extensión, considero de gran interés para este trabajo transcribir el interrogatorio:

– Dígame señor, ¿tengo razón al afirmar que es usted una auténtica autoridad en el conocimiento de la Biblia?– le pregunta el abogado Drumont.
– No creo que sea vanagloria reconocer que he estudiado la Biblia como cualquier otro seglar y he tratado de vivir según sus preceptos. – responde con autosuficiencia Harry Drumont.
–Magnífico. Supongo que puede citarme de memoria versículos y capítulos del Génesis.
– Hay muchas partes de la Sagrada Biblia que retengo en la memoria.
– Supongo que no dirá lo mismo respecto a este otro libro (mostrándole el volumen El Origen de las Especies).
– No me interesa saber las hipótesis paganas de ese libro.
– ¿No lo ha leído?
– ¡Nunca lo leeré!
– Entonces, ¿cómo es posible que haya declarado usted una Guerra Santa contra algo que desconoce en absoluto? ¿Cómo puede estar tan seguro de que la base del conocimiento científico sistematizado en los escritos de Charles Darwin es absolutamente irreconciliable con el espíritu del Libro del Génesis?
El abogado continúa con la Biblia en la mano:
– ¿Cree usted que todo lo escrito en este libro debe interpretarse literalmente?
–Lo que viene en la Biblia debe ser aceptado como viene expresado.
–¿Qué me dice de esta parte de aquí dónde habla de que Jonás fue tragado por una ballena?
–La Biblia no dice una ballena, dice un pez grande…(risas del fiscal)
–De hecho lo que dice es “un enorme pez”…– responde el abogado sonriendo– bueno supongo que esa diferencia no tiene importancia. ¿Y que cree usted de ese relato?
– Creo en un Dios que puede crear una ballena y puede crear un hombre y hacer de ellos lo que le plazca.
–Ahora me gustaría detenerme en la historia de Josué. Josué cuando obligó al sol a detenerse. ¿Cómo experto qué me dice usted? Un buen truco, ¿no?
– Yo no cuestiono ni me río de los milagros del Señor, como lo hacen los que no tienen fe.
–¿Pero ha pensado seriamente lo que le sucedería a la Tierra si el sol permaneciera inmóvil?
– Usted podría contestar si yo lo llamara al estrado (risas del fiscal)
– Si dicen que el sol permanecía inmóvil, tenían cierta idea de que el sol giraba alrededor de la tierra…¿lo cree así? ¿ o no cree que es la tierra la que gira alrededor del sol?
– Yo tengo fe en la Biblia.
– Y no la tiene en el sistema solar.
– El sol se detuvo.
– Bien, dígame… Si Josué detuvo el sol en realidad, la tierra dejó de girar sobre su eje, los continentes chocaron unos con otros, las montañas volaron en el espacio, la tierra se convirtió en ceniza y se estrelló contra el sol. ¿Cómo no se mencionan estos pequeños detalles?
– Nunca se produjeron.
– Pero tuvieron que producirse siguiendo la ley de la naturaleza, ¿o es que tampoco cree en la ley natural, Sr. Brady? ¿Barrería también a Copérnico de las escuelas junto a Charles Darwin, anularía esa ley después de todos los adelantos científicos revelados desde Josué?
–La ley natural salió de la mente de nuestro Padre en los cielos. Puede anularla, utilizarla y cambiarla como quiera. A menudo me sorprende que ustedes, los apóstoles de la Ciencia, se nieguen a comprender una cosa tan simple.
– Bien, escuche con atención. Dice en el Génesis del 4 al 16: “Y Caín se alejó de las tierras del Señor y habitó en las tierra de Lot al Este del Edén. Y Caín conoció a su mujer. ¿De dónde diablos salió?
–¿Quién?
–La señora Caín. La mujer de Caín. Si al principio solo existían Caín y Abel, Adan y Eva, ¿de dónde salieron las otras mujeres? ¿Se ha parado a pensarlo?
– No señor, dejo que se ocupen de averiguarlo los agnósticos (risas del fiscal)
– ¿Nunca se lo ha planteado?
– No. La Biblia me convence y me basta.
– Me espanta pensar a dónde llegarían los conocimientos humanos si todos tuvieran una falta de curiosidad como la suya. En este libro habla de muchos engendros: “Y Afrasat engendró a Sheila y esta a otro y este a otro…” ¿Fueron importantes estos engendros?
– Fueron los antepasados de los hombres y mujeres de la Biblia.
–¿Y cómo producían esos engendros?
– ¿A qué se refiere?
– Me refiero a si utilizaban el mismo sistema que utilizamos hoy.
– El proceso es el mismo. No creo que en esa materia se haya mejorado mucho (risas del fiscal)
– En otras palabras, toda esa gente engendraba y venía al mundo siguiendo una ley biológica normal, lo que llamamos sexo. ¿Qué opina del sexo, coronel Brady?
–¿Con qué espíritu me formula esta pregunta?
– ¿Cómo valora la Biblia el sexo?
– Se considera como el pecado original.
–¿Y todas esas personas fueron engendradas a través de un pecado original? ¿Todos esos pecados les hicieron menos santos?
– ¿Es posible que exista algo sagrado para los reconocidos agnósticos?
– Sí. La inteligencia del individuo. En una mente infantil que es capaz de aprender la tabla de multiplicar hay más santidad que todos sus gritos (dirigiéndose al público) de amén, bendito sea y Hossana. Una idea es un monumento muy superior a una catedral. Y los progresos en el conocimiento del hombre es un milagro mayor que el de convertir a los diablos en serpientes y separar las aguas. Pero, veamos, ¿hemos de renunciar a todo progreso porque el Sr. Brady nos atemoriza con una fábula?
El abogado se dirige al jurado:
–Caballeros, el progreso nunca ha sido una ganga. Hay que pagar por él. A veces me imagino a un hombre sentado detrás de un mostrador diciendo. “ De acuerdo, le concedo a usted el teléfono, pero perderá su intimidad y el encanto de la distancia “. “Señora, podrá usted votar, pero pagando por ello; perderá usted el derecho a ocultarse detrás de una polvera o de un abanico. “Señor, puede usted conquistar el espacio, pero los pájaros perderán su misterio y las nubes olerán a gasolina”. Darwin nos colocó en la cima de una montaña y nos hizo mirar atrás para que viésemos de donde proveníamos, pero para ellos, para llegar a ese conocimiento, tenemos que perder nuestra fe en la melodiosa poesía del Génesis.
– No podemos abandonar la fe. La fe es lo más importante.
– Entonces ¿por qué nos dio Dios el poder de pensar? ¿Por qué negarle al hombre una facultad que nos sitúa por encima de todas las demás criaturas de la tierra? El poder de su mente para razonar. ¿Qué otro merito tenemos? El elefante es más grande, el caballo más veloz y mucho más fuerte, la mariposa mucho más bonita, el mosquito más prolífero e incluso la humilde esponja mucho más duradera…¿o es que la esponja piensa?
– No lo sé. Soy un hombre, no una esponja – responde el fiscal irritado. (Risas del público)
– ¿Cree usted que una esponja piensa?
– Si Dios quiere darle pensamiento a una esponja, pensará.
–¿Cree que es justo que a un hombre se le concedan los mismos privilegios que a una esponja?
– Por supuesto.
–(Dirigiéndose al acusado)  Este hombre quiere que se le concedan los mismos privilegios que a una esponja. Quiere que se le permita pensar  (aplausos de parte del público)
–Su cliente está equivocado, extraviado, no sabe por dónde anda.
– Es triste que no todos tengamos su seguridad sobre lo que es correcto y equivocado, Sr. Brady.
El abogado extrae una piedra de su cartera y la presenta al fiscal:
–¿Cuántos años cree que tiene esta piedra?
–Me interesa más la Edad de piedra que la edad de las piedras (risas del fiscal)
– El Dr. Page del Overling College me ha dicho que tiene por lo menos diez millones de años.
– Bueno, bueno…Coronel Dromon, por fin ha podido introducir un pequeño testimonio científico.
–Escuche Sr. Brady – dice el abogado mostrándole la piedra – estos son fósiles de una criatura marina encontrada aquí en este Estado, que vivió hace millones de años, cuando todas estas montañas se hallaban bajo las aguas.
– Ya lo sé. La Biblia habla ampliamente de las mareas, pero el profesor está confundido con las fechas. Esa piedra no tiene más de 6000 años.
–¿Cómo lo sabe?
– Un profesor de la Biblia, el obispo Hosser, ha determinado con exactitud la fecha y hora de la Creación: Fue en el año 4004 antes de Cristo.
– Bueno… eso en opinión del obispo Hosser.
– No. Es un hecho comprobado al que llegó el señor obispo después de minuciosos estudios sobre la edad de los profetas según consta en el Antiguo Testamento. Concretando, el Señor inició la Obra de la Creación el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana.
– ¿En hora oficial del Este o en hora de las montañas rocosas? Porque ¿no estará medido en hora solar verdad?, porque el Señor no creo el sol hasta el cuarto día.
– Exactamente
– ¿Y ese primer día cuantas horas tendría? ¿Veinticuatro horas?
–La Biblia habla de un día.
– Bueno, no existía el sol, ¿cómo podemos saber cuanto duraba ese día?
–La Biblia dice un día.
–Y se refiere a un día normal, a un día de veinticuatro horas.
– No lo sé.
–¿Y usted qué piensa?
–No pienso sobre cosas que no me preocupan.
– ¿Nunca piensa sobre las cosas que no le preocupan? ¿No es posible que pudiesen haber sido 25 horas? No había nada para poder medirlo es imposible saberlo. ¿Podía el día tener 25 horas?
– Es posible.
– Entonces, usted interpreta que el primer día, tal como consta en el Génesis, pudo tener duración in… de… ter… mi… na… da.
– Lo único que digo es que no es necesario que el día constara de 24 horas.
– Podrían ser 30 horas, podía haber sido una semana, o pudo ser un mes, o pudo ser un año, pudieron ser cientos de años o pudieron ser millones de años.
(el ayudante del fiscal protesta, exigiendo saber que intenta demostrar el abogado con su interrogatorio)
El fiscal, todavía en el estrado responde:
–Yo les diré lo que intenta. Intenta destruir la fe que tenemos en la Biblia y en Dios.
– Eso no es cierto y usted lo sabe…La Biblia es un libro, y un buen libro, pero no el único libro.
– Es la palabra revelada de Dios Todopoderoso transmitida a los hombres que la escribieron.
– ¿Cómo sabe usted que Dios no le habló a Charles Darwin?
– Lo sé porque Dios me dice que me oponga a las enseñanzas de ese hombre.
– ¿Dios habla con usted?
– Sí.
– ¿Le dice lo que es bueno o malo?
– Sí.
– Y usted actúa de acuerdo con ello?
– Sí.
– De modo que usted, Mathew Harrison Brady, cuando habla, cuando legisla, cuando lo que sea, no es más que un simple transmisor de las órdenes de Dios al resto del mundo… Vaya (dirigiéndose al jurado) les presento al profeta de Nebraska, caballeros.
–Yo no, yo no…– intenta protestar Brady.
– ¿Es así, verdad? Dios le dice a Brady lo que es bueno, y estar en contra de Brady es estar en contra de Dios.
– No. Cada hombre es un ser libre.
– ¿Entonces ¿qué hace Bert Keats en la cárcel de Hilsborouh? Supongamos que el Sr. Keats tuviera el poder y la fuerza suficientes para presentar una ley en nuestra legislatura que dijera que sólo Darwin debiera enseñarse en las escuelas.
– Ridículo, ridículo. Sólo existe una verdad en el mundo.
– ¿El Evangelio, verdad? El Evangelio según Brady. Dios le habla a Brady y Brady lo repite al mundo. Brady, Brady, Brady todopoderoso.
– El Señor es mi fuerza.
– Suponga que una persona de menor categoría, suponga que un Keats o un Darwin tuviera la audacia de pensar que Dios le habla. ¿Seguiría siendo sagrado lo que le dice a Brady? ¿Tiene que ir a la cárcel una persona porque discrepa del autoproclamado profeta? Desechen el Pentateuco, escurrámonos lentamente entre los Números y el Deuteronomio… El testigo puede retirarse.

El fiscal Brady, en un intento desesperado de defender sus argumentos, se levanta del estrado y comienza a enumerar todos los libros de la Biblia en los que cree. El juez suspende la sesión ante un significativo silencio del público que ve como Brady pierde los papeles en su excitación.
Al día siguiente el veredicto del jurado es unánime: Bertrand Kates es declarado culpable, pero el juez le impone una multa de 100 dólares. El fiscal se indigna ante tan ridícula condena y el abogado manifiesta que no piensa pagar un solo dólar ya que recurrirá ante el Tribunal Supremo, dándose por acabado el juicio. El fiscal Brady, muere de un infarto mientras trata de dar un vehemente y excéntrico discurso que a nadie interesa.
El final de la película es muy significativo y ciertamente lo mejor.
Cuando el abogado de la defensa se queda solo en la sala, toma el libro de Darwin de su mesa y la Biblia, sopesa ambos y con una sonrisa de condescendencia guarda los dos volúmenes bajo el brazo y se dirige a la salida. Escena final que trata de poner de manifiesto la reconciliación de dos teorías durante tantos años enfrentadas.
Película excelente, si bien  hay que reprocharle una excesiva parcialidad hacia la tesis evolucionista, desacreditanto los argumentos de los contrincantes creacionistas que salen con la ventaja del apoyo popular de una población de fanáticos religiosos. La película ridiculiza exageradamente la figura del fiscal Brady, en contraposición a un abogado equilibrado, irónico y al mismo tiempo bonachón que finalmente resulta ser un creyente, interpretado magistralmente por un gran Spencer Tracy.

Pontevedra, 31 de octubre de 2010
José Manuel Ramos González


sábado, 23 de octubre de 2010

El ocaso de la circunferencia

En Poligolandia (del griego Polis, ciudad y golandia, una de las permutaciones de la palabra diagonal) había dos clases sociales diferenciadas: los polígonos convexos y los cóncavos. Pues bien, sin entrar en muchos detalles, sería conveniente explicar que los convexos regulares eran los que ocupaban las posiciones más privilegiadas en el ámbito intelectual; eran filósofos, científicos, lingüistas, investigadores,  mientras que los cóncavos irregulares se encontraban en el escalafón inferior por su forma generalmente deforme, y en los ángulos exteriores agudos que presentaban, acumulaban  suciedad y polvo en verano y agua en invierno; en definitiva eran los parias, y  los demás huían de ellos por los vértices extremadamente peligrosos que presentaban, una especie de armas que no poseían los convexos, lo cual los hacía propicios para la defensa del país y en consecuencia los que poseían más lados eran elegidos para formar parte de un ejército invencible cuyos oficiales eran los regulares estrellados.
Otra característica que los diferenciaba era que los cóncavos tenían al menos una diagonal que salía fuera de su cuerpo, mientras los convexos las mantenían todas en su interior. No resultaba agradable ver una diagonal saliendo del recinto perimetral como una desagradable excrecencia
 No obstante dentro de cada una de dichas clases existían unas importantes diferencias; en una y otra existían polígonos de bella factura llamados regulares, caracterizados por tener sus lados iguales. Cuántos más lados tenían más importantes eran. El triángulo equilátero y el cuadrado eran unos convexos regulares muy torpes, que cuando se desplazaban tenía que girar ciento veinte grados de vértice a vértice el primero y noventa grados el segundo, ya que el deslizamiento no formaba parte de su medio de locomoción, sin embargo el dodecágono casi podía rodar. En general si el polígono era un regular de n lados, debía efectuar un giro sobre su centro de 360/n grados por vértice (medida de velocidad usada en Poligolandia) para desplazarse vértice a vértice. Obviamente los más veloces eran los regulares de mayor número de lados. Entre los cóncavos los había también bellos como los llamados polígonos estrellados, que como ya se ha dicho comandaban el ejército. Uno de los más célebres de ellos era la llamada “Estrella de David”, que era un cruce entre dos triángulos equiláteros. Un claro ejemplo de que las leyes de la herencia no seguían una pauta lógica. Dos polígonos iguales no engendraban otro de su misma especie necesariamente y las mutaciones eran corrientes. Aún así, reinaban el orden y la paz.
Poligolandia era una autocracia liderada por la circunferencia. Algunos disidentes, exiliados en geometrías no euclídeas,  objetaban que no era un polígono, pero los adictos al régimen sustentaban que a medida que se aumentan los lados de los polígonos regulares convexos la tendencia era obtener el polígono ideal. Pues bien, esa era la razón del liderazgo de la circunferencia, considerada como el polígono más perfecto que existía, el que más lados tenía y cuyos infinitos vértices distaban entre sí un valor infinitésimo. Tan milagrosa era su existencia que ni los más sesudos filósofos, pese a múltiples disquisiciones, podían establecer la frontera entre ella y los polígonos comunes.
También era el más veloz. Recordad que para desplazarse su velocidad en grados por vértice era nula, ya que al dividir 360 entre un número infinito de lados, el resultado como sabemos es cero, con lo cual no consumía energía alguna. Un líder que a la vez era el ideal de la belleza y la perfección.
Pero un día se produjo un hecho que iba a conmocionar el mundo de los polígonos, algo que iba a dar al traste con la adoración que sentían por su líder y a proporcionar un argumento capital a los contrarios al régimen.
Y fue precisamente la promulgación de un edicto lo que iba a ser causa de su derrocamiento:
Un día la casta sacerdotal, constituida por pentágonos regulares (de ahí procede el hecho de que las mitras que portan nuestros obispos tengan forma pentagonal), pidieron audiencia a la circunferencia. Le informaron que la moral peligraba gravemente en Poligolandia, que era necesario que dejasen de circular desnudos por las calles. Los vértices al desnudo eran motivo de muchos accidentes al rozarse entre ellos y en ocasiones se producían penetraciones indecorosas, produciéndose aberraciones cada vez mayores. Había que acabar con ese estado de cosas y la única solución era vestir a los polígonos para suavizar sus vértices con telas de un satén que aminorase el choque y la fricción.
La circunferencia, para mantener satisfecha a la casta sacerdotal, accedió y sancionó la ley propuesta.
A partir de ese momento los sastres, que en su mayoría eran polígonos estrellados de múltiples vértices que usaban a modo de agujas, no descansaron, midiendo perímetros, para lo cual medían los segmentos que constituían los lados y con una sencilla suma obtenían la longitud que tenían que cubrir.
El problema surgió cuando se intentó medir el perímetro de la circunferencia para confeccionarle un traje regio. No podía ser que todos sus súbditos estuviesen vestidos y ella no. Sería el hazmerreír de Poligolandia y toda su autoridad se desvanecería.
Por mucho que lo intentaban no lograban dar con la medida adecuada. La circunferencia no tenía lados, y si los tenía eran tantos y tan minúsculos que no se veían, así que los aparatos utilizados por los sastres para medir segmentos no podían ser utilizados en el perímetro de la circunferencia. Construyeron medidores muy pequeños, pero si los aplicaban por el interior, el traje le quedaba corto y si aplicaban la medición por el exterior, el traje le quedaba holgado. Era imposible.
Los sastres de Poligolandia desconocían la existencia de pi.
Ese fue el motivo de la caída de la circunferencia del Olimpo de los polígonos, siendo exiliada a Conicolandia, donde vive en armonía con sus parientes la elipse, la hipérbola y la parábola, aunque de vez en cuando siente añoranza y se inscribe o circunscribe en alguna elipse caritativa que se lo permite.

José Manuel Ramos González
Pontevedra, abril 2010

Cinco números

Pi se lamenta por tener que arrastrar consigo una mantisa tan larga como una cola infinita y que no se reconozca su esfuerzo, pues casi todos solemos cortársela en las diezmilésimas debido a nuestra tendencia a confinar todo a un ámbito finito.
Por el contrario a e no le molestan sus infinitos decimales porque casi siempre los ignoramos, pero envidia un poco a pi porque éste último es más famoso y fue buscado con ahínco por las civilizaciones antiguas, mientras él no hizo su aparición hasta mucho más tarde.
En ocasiones se encuentran multiplicándose, elevándose el uno al otro y cuando conversan entre sí, pi se irrita al comentar todo el tiempo perdido con él intentando resolver la cuadratura del círculo. Pero e le responde que no tiene motivos para quejarse, pues los matemáticos han encontrado bonitos algoritmos para describirlo, series infinitas preciosas que lo hacen cada vez más atractivo y digno de estudio.
Pese a mantener una buena relación, pi también se siente un poco celoso de e viéndolo convertido en la base de una función tan importante y con un nombre tan pomposo. ¡la exponencial!, que sea la base de los logaritmos neperianos y que forme parte estelar de la función de densidad de la distribución normal. Aun para mayor gloria de e, la exponencial se deriva e integra con una facilidad pasmosa.
 Pi se siente triste y miserable pese a su fama porque… ¿qué es la fama sin orgullo?
e admite que tiene bastante trabajo, que siempre lo están elevando a algo y en ocasiones el peso de los exponentes lo abruma; en cambio pi, que es utilizado normalmente como constante, no tiene que soportar semejante carga.
Para provocar a pi, e dice con presunción que pese a ser más joven y más pequeño, su parto ha sido más egregio, pues nació de una sucesión, mientras que pi es una simple relación entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro.


Cierto día ambos se encontraron con i y, al principio, como era imaginario lo ignoraron, pero cuando i afirmó que con él se podían resolver raíces de índice par de números negativos, quedaron atónitos.
Acto seguido se presentó Uno seguido de Cero. Uno era un anciano gruñón y Cero un poco más joven de aspecto tímido. Uno preguntó despectivamente a los otros tres que tipo de números eran representándose con una letra. Él era un número auténtico, natural, que cuando multiplicaba o dividía nada quedaba afectado, aunque reconocía que se desconcertaba cuando intentaba elevarse a infinito, pues en esas ocasiones aparecía metamorfoseado en una potencia de e o en otro número más absurdo todavía.
Cero, cabizbajo, comentó que si bien multiplicarse por él era destructivo, era muy respetuoso al ser sumado, y cuando era un exponente o le aplicaban el factorial le producía un gran placer convertirse en Uno; además sin él no existirían los números negativos.
–No me hables de esos monstruos – bramó Uno. ¿Dónde has visto -3 árboles? Eso no es natural, es casi tan imaginario como ese tal i.
Pi intentó tranquilizar a Cero y a Uno diciendo que ambos se bastaban por sí solos para crear un sistema de numeración. Además arguyó que cuando los enteros se emparejaban producían bonitos racionales.
Burlón, e comentó: - Racionales sí, excepto cuando Cero figura como denominador.
Cero no se ofendió y dijo que uno de los momentos en los que no se sentía humillado era precisamente cuando no tenía que soportar pesados numeradores.
Uno, tratando de insultar a pi y a e, les llamó despectivamente trascendentes, comentando que se creían muy importantes, añadiendo con arrogancia que sin él no existiría ningún otro.
Pi observó que todos eran importantes y que juntos podrían realizar proezas extraordinarias.
Uno contestó que lo único que haría sería sumarse. No le gustaba que le antepusiesen un signo que lo convirtiese en uno de esos estúpidos negativos, y multiplicarse para que no ocurriese nada era una pérdida de tiempo.
Cero preguntó como podía participar si no tenía valor.
e contestó que él sería el resultado de una de las proezas de las que hablaba pi.
–¿Cómo puede ser posible? – preguntó Cero – Yo nada aporto. Soy un acomplejado.
i prorrumpió en carcajadas: - Qué bonito juego de palabras: tú eres un acomplejado y yo un complejo.
Cero no entendió la broma y se asustó al no poder ver a i.
Uno le llamó cobarde y timorato, confesándole que estaba harto de que lo siguiese a todas partes cuando los usaban en el sistema binario.
e , conciliador, les sugirió que se uniesen todos.
Uno preguntó de qué estaba hablando y Cero también, mientras tanto i, en su mundo imaginario, no se enteraba de nada y pi sonreía con complicidad pensando en lo ignorantes que eran esos naturales, no siendo extraño que a e y a él los tildasen de trascendentes, pues sin duda eran más sabios.
Pi dijo a i que se multiplicase por él.
Uno se preguntó que demonios era π.i.
e se dirigió a pi y a i y les pidió que se elevasen sobre él a modo de exponente.
Cero estaba desconcertado, ¿qué papel iba a jugar él en todo ese galimatías? Si se sumaba no ocurriría nada, si lo multiplicaban destruiría todo y si lo convertían en exponente aparecería de nuevo el impertinente Uno.
–Vamos Uno - inquirió e, – ¡Únete a nosotros!
Uno se sumó a regañadientes.
Cero los vio y preguntó: - ¿Quién es 1 más e elevado a pi por i?
- ¡Tú! - respondieron al unísono pi y e con el consiguiente asombro de Uno y la indiferencia de i.
e afirmó que a él lo denominaban así debido a un matemático suizo del siglo XVIII llamado Leonard Euler que había demostrado la más hermosa fórmula en la que intervenían los cinco: 1 más e elevado a pi por i igual a 0. En su honor lo habían representando con la primera letra de su apellido.
Se dispersaron los cinco con una perspectiva más solidaria de su función en el mundo después de la maravilla que habían logrado juntos.
José M. Ramos González
Abril 2010. 
Mat-monólogo ganador en el II concurso de Mat-monólogos del IES Monelos de A Coruña.


lunes, 18 de octubre de 2010

Maupassant y la zarzuela

De Bola de Sebo de Guy de Maupassant  a La Estrella de Olympia de Carlos Arniches

El célebre y prolífico comediógrafo español Carlos Arniches (1866-1943), conocido en el mundo del teatro por obras de tanto relieve como “La señorita de Trevélez” o “ Es mi hombre“, también probó fortuna con menos éxito en la zarzuela, denominado el género chico por ser considerado el hermano pobre de la ópera. Como es sabido se trata de una opereta generalmente cómica y autóctona de la España de principios hasta mediados del siglo XX, que llegó a gozar de una gran popularidad entre todo tipo de público. ¿A quién no le suenan títulos como La Revoltosa, El huésped del sevillano, Gigantes y cabezudos o Doña Francisquita por poner algunos ejemplos? La televisión, en la década de los 60, también fue un gran medio de divulgación de la zarzuela en aquellas zonas de España en las que no existían teatros o a donde las compañías no acudían con la asiduidad que lo hacían en las grandes capitales.
Carlos Arniches
Pasada de moda actualmente, la zarzuela fue uno de los divertimientos de nuestros abuelos, y hay que reconocer que hoy en día todavía existen muchos aficionados a este género cómico-musical, no en vano tanto libretos como sus correspondientes partituras y arreglos musicales siguen siendo un referente fundamental en la historia de la música y literatura de nuestra patria. Nos suenan maestros como Amadeo Vives, Rafael Calleja, Ruperto Chapí y tantos otros compositores de renombre que han puesto música a historias generalmente divertidas para disfrute de nuestros más recientes antepasados.
Nuestra zarzuela es un teatro de costumbres, donde se tratan los temas con el sentido del humor típico del castizo castellano, del alegre andaluz o el mercantilista catalán; todas las diversas idiosincrasias que componen nuestra diversidad cultural con sus  estereotipos llevados hasta lo bufo y aderezados con un arreglo orquestal que amplifica las escenas más relevantes del libreto.
La zarzuela consta de dos partes fundamentales: un libreto o texto y una música, ambas originales y compuestos el uno para la otra y viceversa, donde se intercalan escenas habladas con otras cantadas, generalmente en verso éstas últimas, y un argumento mayoritariamente de índole costumbrista español como ya hemos apuntado. No obstante se estrenaron algunas cuya temática tenían tras de sí una influencia literaria previa o una inspiración en otras obras de enjundia propicias para ser llevadas a la escena, o al menos intentarlo, en forma de opereta cómica.
El caso del que nos vamos a ocupar quizá no sea excepcional, pero hay que reconocer que al menos su autor, Carlos Arniches, tuvo la honradez y la modestia, muy poco frecuente en la mayoría de los hombres de letras, de confesar que su libreto estaba basado en un cuento extranjero. Eso sí, sin citar título ni autor. Aunque resulta tan evidente de qué historia se trata, que pasar por alto ese reconocimiento sería un poderoso motivo a la hora de cuestionar la probidad como escritor del Sr. Arniches. No es el caso, y nuestro autor merece el lugar que le corresponde dentro de nuestras letras y en particular de nuestro teatro contemporáneo, por haber escrito más de doscientas obras, entre piezas teatrales, libretos de zarzuelas, con mayor o menor fortuna, pero dedicándose con profesionalidad a ello.
Así pues, el 23 de diciembre de  1915 se estrena en el teatro Apolo de Madrid la zarzuela titulada La estrella de Olympia. La portada del libreto, de 49  páginas de extensión,  publicado en 1916, reza textualmente del siguiente modo:

“Carlos Arniches. La estrella de Olimpia. Zarzuela en un acto, dividido en tres cuadros. (Inspirada en un cuento extranjero). Música del maestro Rafael Calleja. Copyright, by Carlos Arniches, 1916. Madrid. Sociedad de autores españoles. Calle del Prado, núm. 84. 1916.”

27 años antes, en 1888, el escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), sorprende a propios y extraños con un cuento insertado en una antología de relatos de la escuela naturalista capitaneada por Zola titulada Les Soirées de Médan. El cuento en cuestión era Boule-de-suif, que se tradujo al castellano como Bola de sebo, la Gordinflona, Pella de sebo, Rollo de manteca…etc., imperando finalmente la traducción literal, es decir Bola de sebo. Sin duda era el mejor cuento de la antología, en la que participaban escritores, algunos de ellos ya consagrados, como Émile Zola, Paul Alexis, Henry Céard, Léon Hennique, J.-K. Huysmans, y un desconocido Guy de Maupassant. Tras la lectura de los cuentos en petit comité por sus autores, Bola de sebo fue elegido como el mejor de todos, e incluso el exigente Flaubert llegó a considerarlo una obra maestra. Y así se considera hoy en día. Hay quién afirma que es el mejor relato corto que se ha escrito nunca, y a nuestro juicio no es una opinión exagerada.
La historia resumida de Bola de sebo es la siguiente.
 Durante la guerra franco-prusiana de 1870, una vez derrotado el ejército francés, los alemanes invaden Francia anexionándose Alsacia y Lorena y ocupando el resto del territorio francés. Un grupo de ciudadanos franceses de Ruán, con un salvoconducto del enemigo, toman una diligencia para viajar a El Havre. Todas las clases sociales están representadas entre los viajeros; la aristocracia, la burguesía, la religión, los nihilistas. Con ellos viaja una joven entrada en carnes, cuyo oficio es el más antiguo del mundo. Los demás la miran con desprecio ignorándola, hasta que el hambre comienza a acuciarles y la previsora joven, tomando de su cesta las provisiones que había llevado consigo, comienza a repartirlas entre sus hambrientos compañeros de viaje, que no tienen reparo en aprovecharse de la situación sin por ello dejar de juzgar a la moza como una escoria social pese a la hipócrita sonrisa que le dispensan. Llegados a una posta de la ruta, donde los caballos han de ser sustituidos y los viajeros podrán descansar un rato, un destacamento prusiano, a las órdenes de un oficial, está instalado en la posada. El oficial indica a los viajeros que no podrán reanudar su camino si la muchacha no se aviene a los deseos impuros que en él han despertado la belleza y lozanía de la joven. Ella, indignada, se niega rotundamente. Sus compañeros de viaje la animan, convenciéndola finalmente con argumentos sibilinos de que se preste a los deseos del lascivo prusiano. Contra su voluntad, Bola de sebo accede a los requerimientos amorosos del enemigo y la diligencia parte hacia el Havre, donde el ruido producido por los arreos y los crujidos de la cabina, se entremezcla con los sollozos de Bola de sebo y el desprecio pintado en el rostro de aquellos a los que la pobre moza había ayudado con su sacrificio.
El relato básicamente es un hermoso y dramático canto al patriotismo y una denuncia a la hipocresía de la burguesía.
Con estas mimbres, el Sr. Carlos Arniches confecciona su cestilla, pues no deja de ser una obra menor, como veremos más adelante, enfrentándola con este relato universalmente reconocido.
Tomando el libreto del Sr. Arniches, y después de la relación de actores que componen el reparto, podemos leer: La acción en un pueblo de Francia durante la invasión de los aliados, en la guerra de 1812.
No deja de ser inédito en la historia de la zarzuela que la acción se desarrolle por completo en Francia y con personajes franceses, representados, como no podía ser de otra manera, por actores y actrices españolas. Esto resulta cuando menos sorprendente y hasta cierto punto pudiera dar la impresión a algunos puristas que la obra de Arniches traicionase de algún modo la ortodoxia al uso del género, al trasladar la acción de los acontecimientos allende los Pirineos. Pero hemos de observar que el Sr. Arniches no elige lo primero que se le pone a tiro. Tanto le debió impresionar el relato de Maupassant, que no pudo sustraerse a la idea de volcarlo al papel, y adaptarlo al gusto del público español de la época. La indicación de que la fuente de inspiración es “un cuento extranjero” disipa toda duda de plagio y Arniches se aprovecha de la aventura corrida por Bola de sebo y sus compañeros, como hilo conductor de su zarzuela pero alterando los personajes, los caracteres, el desenlace y por último convirtiendo un drama en una hilarante comedia.
La primera pregunta que suscita el hecho de situar la acción 60 años antes de la fecha en que Maupassant desarrolla la suya, es que fue lo que indujo a Arniches a este cambio temporal. Si bien pareciera que carece de importancia y que simplemente es un hecho meramente diferenciador, analicemos las circunstancias históricas bajo las que se produce el estreno de La estrella de Olympia.
En 1916 la Gran Guerra, la I Guerra Mundial, está en su punto más álgido, donde Francia y Alemania luchan entre sí encarnizadamente en las trincheras. España, neutral en la contienda, debe conservar esa actitud política en todas sus manifestaciones y en particular en las artísticas, de ahí que situar la acción en la guerra franco-prusiana de 1870, todavía reciente en el recuerdo de muchos alemanes y franceses, tal vez resultase un tanto atrevido por parte del Sr. Arniches, inclinándose de ese modo por el bando francés y por ende dejando en entredicho la imparcialidad de la que políticamente debería hacerse gala. Situando la acción en 1812, Arniches mata dos pájaros de un tiro, ya que si bien el relato original tanto como la zarzuela se inclinan hacia el bando francés, no se puede decir que el público español tenga en cuenta este matiz como un deseo de la victoria francesa, toda vez que era el ejército napoleónico el derrotado y, como es sabido, Napoleón nunca gozó de excesivas simpatías en nuestro país, tras la invasión de 1808, cuando toda Europa estaba bajo su yugo. De este modo la ocupación prusiana de 1812 y la consiguiente caída del imperio napoleónico justifican sobradamente que Arniches eligiese ese marco histórico para el desarrollo de su obra. Inteligente y diplomática decisión, cuando la censura se encontraba celosamente agazapada entre bastidores.
El segundo, y más importante matiz diferenciador entre las dos obras, se encuentra en la naturaleza de las dos protagonistas. Bola de sebo, nombre con una carga altamente peyorativa, casi insultante, para destacar un defecto en la joven, sus carnes prietas y tal vez su glotonería, es tímida, guapa pero de belleza corriente, su porte y actitud silenciosa en la primera parte del viaje, de carácter frágil que le impide finalmente imponer su criterio ante los argumentos de los demás, asumiendo con naturalidad una inferioridad ante tan distinguidas damas y caballeros.
Maupassant describe así a Isabel Rousset, alias Bola de sebo[1], sin entrar en su psicología como una de las características fundamentales del escritor naturalista.

[…] bajita, mantecosa, con las manos abotargadas y los dedos estrangulados en las falanges – como rosarios de salchichas gordas y enanas -, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como una manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecillos apretados, resplandecientes de blancura [2]

 Por el contrario Arniches, no describe en ningún momento a su heroína. Tengamos en cuenta que es un libreto donde los protagonistas van forjándose en la mente del lector con sus diálogos y por referencias intertextuales. Blanca de Lancour ha de ser muy hermosa, pues el Mayor prusiano que comanda el destacamento que detiene la diligencia le informa a su superior el Coronel:

¡Las jóvenes preciosas, mi Coronel. Va una, que me ha soliviantado el Cuerpo de guardia, no le digo a usted más![3]

No es necesario ser un espectador sentado cómodamente en una butaca del teatro para inferir la belleza escultural de Blanca de Lancour. Por consiguiente, como en el cuento de Cenicienta, Arniches convierte a Bola de sebo en Blanca de Lancour, alias La estrella de Olympia, una cabaretera de cuerpo deseable y sorprendente hermosura que ha encandilado a cuanto hombre se ha puesto a su alcance, de un carácter fuerte y poseedora de una profunda ironía, pero al mismo tiempo sensible a las desgracias de los más débiles. En definitiva una heroína propia de un vaudeville como no podía se de otra forma, lo que la hace muy ficticia y poco verosímil; su coraje y actitud ante sus compañeros de viaje pone de manifiesto un recíproco desprecio, completamente opuesta a Bola de sebo que de algún modo se siente culpable y completamente avergonzada ante las miradas reprobadoras de los demás viajeros. Incluso su nombre Blanca de Lancour, con la partícula de que precede al apellido, parece dejar entrever cierto pedigrí aristocrático encubierto para dar más lustre a la personalidad de su portadora, ante un público que en 1916 respetaba las diferencias sociales de un modo tan natural como casi servil. En definitiva, los alias de las dos mujeres son sumamente significativos, y prácticamente nos las definen.
El resto de los personajes también difiere en bastantes aspectos, aunque su participación en el conjunto del relato sea menos importante. Quizá lo más llamativo en Arniches es que sea el abate Bonflan, un sacerdote, el portavoz de los demás viajeros y que se ve entre la espada y la pared cuando por un lado conmina a la joven a ser virtuosa y posteriormente le debe solicitar que se rinda a la lujuria del apuesto prusiano, so pena de un fusilamiento masivo. Aquí parece vislumbrarse un cierto anticlericalismo, aunque somos más de la opinión que la turbación del sacerdote ante esta contradicción fortalece la comicidad de la obra. Extraigamos del texto las reflexiones del abate viéndose en esta complicada tesitura:

(Aterrado) ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!... ¡Yo… que le suplique yo a una bailarina casquivana que ame al Coronel… Que se lo suplique yo, que he venido todo el camino dirigiéndola exhortaciones para que abrace la virtud y tenerla que decir ahora que no abrace… es decir que abrace… Bueno, esto es para perder el juicio. Y si no la convencemos ese salvaje es capaz…. ¡y, Dios mío!... Bueno…[…] que si esa joven persiste en darle calabazas al Coronel, peligran nuestras cabezas. De modo que la cosa está clara: o las cabezas o las calabazas. […][4]

El párrafo precedente nos muestra los recursos estilísticos propios de Arniches y el estilo cómico que la obra comporta, haciendo uso de juegos de palabras y ambigüedades cuyo objetivo es la hilaridad de los diálogos: cabezas, calabazas; abrazar (¿la virtud o al Coronel?).
Veamos otra escena, durante un almuerzo, donde se ponen de relieve los ardides lingüísticos de Arniches divirtiendo con la fonética.

[…] (En la mesa del señor Renard, [que está sordo como una tapia], Liset acaba de servirles café con panecillos y vuelve a hacer mutis.)
RENARD.- (A Julieta) ¿Tú quieres café?
JULIETA.- Si, pon.
RENARD.- ¿Eh?
JULIETA.- Pon. (Presentando la taza)
RENARD.- ¿Y tú que quieres? (A Casta)
CASTA.- Pan.
RENARD.- ¿Cómo?
CASTA.- Pan.
JULIETA.- Pon…
GASTÓN (Acercándose) ¡Pero qué es eso, niñas, ¿estáis bombardeando a papá? […]

Obviamente el talante de Maupassant es completamente disímil, y en ningún momento se atisba una situación que genere ningún tipo de situación cómica, al menos intencionadamente.
El argumento de La Estrella de Olympia es el mismo, no así el desenlace. El drama vivido por Bola de Sebo nada tiene que ver con lo vivido por Blanca de Lancour, la cual se enfrenta heroicamente al oficial prusiano ignorando los consejos de aquellos que necesitan de su sacrificio de forma interesada, enfrentándose también a ellos y tildándoles directamente de hipócritas. El oficial prusiano se rinde ante el valor, coraje y sensibilidad de la joven y permite a todos que reanuden su viaje no sin antes echar en cara a los demás la actitud de rechazo ante una mujer tan sensible y valiente. Un final épico digno de un cuento de hadas. La estrella de Olympia es una especie de Cenicienta a la que le ha encajado el zapato de cristal a la perfección, mientras que el prusiano pasa de ser el duro e inflexible germano que ha sido humillado ante sus hombres por las negativas de la joven, para convertirse súbitamente en un sensible y melifluo moralista derretido por el arrojo y desparpajo de la mujer.
Esto es lo que diferencia en esencia ambas narraciones. Si leemos ambos textos tal vez resulte vano establecer una comparación. La finalidad de los autores es opuesta, pero en ambos casos logran lo que se proponen. Maupassant escribe un cuento naturalista de la mejor factura, que deja en el lector un poso de melancolía y compasión por una mujer maltratada, una marginada social, convirtiéndose en moneda de cambio de unos hipócritas, mientras que Arniches pretende crear un divertimento que, al mismo tiempo que denuncia la hipocresía de la burguesía, provoca cuatro carcajadas en el público que sale del teatro con la sensación de que al final ha triunfado la justicia y la nobleza, y  que el buen sentido impera en el mundo, no sintiéndose aludidos por lo que es una clara llamada de atención a aquellos aspectos más reprobables de su existencia, lo que obviamente es una engañifa pero no por ello bienintencionada. Muy propio de Arniches que ya denunciaba en su obra La señorita de Trevélez la hipocresía y el aburrimiento de la juventud de las clases sociales más favorecidas.
Toda la obra adornada con la música del maestro Calleja, en los pasajes cantados y en verso, hacen de la Estrella de Olympia un espectáculo digno, pero que no tuvo mucho éxito en su época.
La crítica fue muy dura con Arniches, a diferencia del público que no salió tan decepcionado y aplaudió al autor. Con seguridad ese público, en su mayoría, no conocía el “cuento extranjero” que Arniches parece no especificar intencionadamente con el afán de que no sea leído previamente.
Veamos algunos fragmentos de reseñas críticas sobre la obra en la prensa de la época:

Arniches se acobardó, y en lugar de una obra soberbia, de pelea, ha llevado a la escena de Apolo una muy bonita, graciosa, que le valió numerosas llamadas a las candilejas y le valdrá muchos  dineros. Ese triunfo sólo con parte del cuento, y mayor sería de haberse resuelto a presentarlo con su integridad, permitida por las costumbres de teatro.[5]

Bola de sebo es, sin duda el mejor de todos los cuentos que se han escrito, como es «La Gioconda» el mejor de todos los retratos que se han pintado. Considerar esto, lectores, y pensad en seguida, procurando no enloquecer de terror, qué tal quedaría la maravillosa pintura de Leonardo da Vinci si, a fin de adaptarla a la venerable representación del bendito San Roque, se cubriesen su tersa frente con las alas de un sombrero redondo, su ebúrneo descote con la esclavina de un ayal peregrino, al óvalo purísimo de su rostro con una larga barba y la divina sonrisa de sus labios con un bien poblado bigote. Pues bueno, mejor dicho, pues malo, así, ni más ni menos, ha quedado la primorosa narración de Guy de Maupassant adaptada al teatro en forma de zarzuela del género chico.[6]

[…] Los aplausos, al terminar la obra, fueron acompañados de llamadas al autor, y como Maupassant se ha muerto hace muchos años, y como si no se hubiera muerto antes se habría matado anoche, pues, claro está, no salió. Pero en sus sustitución salió el señor Arniches, a quien se debe –¡muchísimas gracias, D. Carlos!– el arreglito.[7]

[…] Arniches llevó en el Apolo a la escena el famoso cuento de Guy de Maupassant Bola de sebo […]. El cuento francés, modelo prodigioso de un género literario exquisito, acaso el mejor de cuantos se han escrito en el mundo, ha perdido al ser llevado al teatro su gracia, su prestigio, y, sobre todo, su enorme hondura psicológica. Maupassant quiso dejar en una obra definitiva la sensación del egoísmo humano. Arniches hace que la aventura "acabe bien" y como todo lo que "acaba bien" en arte es endeble y, sobre todo, irreal.[…][8]

La prensa católica más reaccionaria, es lapidaria en sus críticas, inclusive al propio Maupassant:

Se ha estrenado en estos días – aunque no con el carácter de obra de Pascuas – un arreglo teatral del inmoralismo cuento de Guy de Maupassant, el zolesco y sucio escritor francés, titulado Boule de suif; el arreglo o zarzuela española se llama La estrella de Olympia. Dense por escritas aquí las más expresivas palabras de repugnancia y de condenación. ¡Qué asco![9]

Dejando al margen como una simple anécdota, esta última crítica, y analizando las demás en las que se compara y sitúa al mismo nivel una obra maestra de la literatura universal con una comedia bufa del género chico, todas estas críticas resultan ser muy ventajistas e injustas en su desaprobación. Arniches no se acobardó, más bien diríamos que fue muy audaz, incluso llegó a jugarse su reputación, pero analizada la cuestión desde una perspectiva más amplia y con el paso del tiempo, debemos ser más indulgentes. Arniches ya lo reconoce al principio de su liberto: inspirado en… no adaptación de… Si se trata de una inspiración, su obra está justificada, y además logra su objetivo, que no es otro que arrancar unas carcajadas a un público ávido de una terapia tan sana como es la risa. Lo demás es retórica y ganas de enredar, y nunca más odiosa resulta en este caso la comparación, aunque no por ello inevitable.
Nadie es profeta en su tierra, pero en España menos. Arniches se llevó el varapalo de la crítica por inspirarse en Bola de Sebo, mientras el Sr. John Ford fue colmado de elogios en todo el mundo por su película La Diligencia, protagonizada por un impersonal John Wayne, que es otro guiño evidente al hermoso relato de Guy de Maupassant.
¡País…!


José Manuel Ramos González
Pontevedra, 17 de octubre de 2010
Notas:

[1] La aventura que se narra en Bola de sebo, parece haber sido en parte real y contada a Maupassant por un tío de éste. De hecho la auténtica Bola de sebo era una prostituta de Ruán llamada Adrienne Legay, a la que Maupassant, ya célebre, tuvo el placer de conocer, aunque a ella nunca le gustó ser identificada con la heroína del relato.
[2] Guy de Maupassant. Bola de sebo y otros relatos. Ed. Aguilar. Col. Relato corto Aguilar, nº 7. Madrid 1994. pag. 18.
[3] Carlos Arniches. La Estrella de Olympia. Sociedad de autores españoles. Madrid. 1916. pág. 33.
[4] Ibid. pág. 41.
[5] Heraldo de Madrid. 24 de diciembre de 1915.
[6] El liberal, 24 de diciembre de 1915.
[7] Ibid.
[8] Blanco y Negro, 9 de enero de 1916.
[9] La lectura dominical, 1 de enero de 1916. Firmado por P. Caballero.