Pi se lamenta por tener que arrastrar consigo una mantisa tan larga como una cola infinita y que no se reconozca su esfuerzo, pues casi todos solemos cortársela en las diezmilésimas debido a nuestra tendencia a confinar todo a un ámbito finito.
Por el contrario a e no le molestan sus infinitos decimales porque casi siempre los ignoramos, pero envidia un poco a pi porque éste último es más famoso y fue buscado con ahínco por las civilizaciones antiguas, mientras él no hizo su aparición hasta mucho más tarde.
En ocasiones se encuentran multiplicándose, elevándose el uno al otro y cuando conversan entre sí, pi se irrita al comentar todo el tiempo perdido con él intentando resolver la cuadratura del círculo. Pero e le responde que no tiene motivos para quejarse, pues los matemáticos han encontrado bonitos algoritmos para describirlo, series infinitas preciosas que lo hacen cada vez más atractivo y digno de estudio.
Pese a mantener una buena relación, pi también se siente un poco celoso de e viéndolo convertido en la base de una función tan importante y con un nombre tan pomposo. ¡la exponencial!, que sea la base de los logaritmos neperianos y que forme parte estelar de la función de densidad de la distribución normal. Aun para mayor gloria de e, la exponencial se deriva e integra con una facilidad pasmosa.
Pi se siente triste y miserable pese a su fama porque… ¿qué es la fama sin orgullo?
e admite que tiene bastante trabajo, que siempre lo están elevando a algo y en ocasiones el peso de los exponentes lo abruma; en cambio pi, que es utilizado normalmente como constante, no tiene que soportar semejante carga.
Para provocar a pi, e dice con presunción que pese a ser más joven y más pequeño, su parto ha sido más egregio, pues nació de una sucesión, mientras que pi es una simple relación entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro.
Cierto día ambos se encontraron con i y, al principio, como era imaginario lo ignoraron, pero cuando i afirmó que con él se podían resolver raíces de índice par de números negativos, quedaron atónitos.
Acto seguido se presentó Uno seguido de Cero. Uno era un anciano gruñón y Cero un poco más joven de aspecto tímido. Uno preguntó despectivamente a los otros tres que tipo de números eran representándose con una letra. Él era un número auténtico, natural, que cuando multiplicaba o dividía nada quedaba afectado, aunque reconocía que se desconcertaba cuando intentaba elevarse a infinito, pues en esas ocasiones aparecía metamorfoseado en una potencia de e o en otro número más absurdo todavía.
Cero, cabizbajo, comentó que si bien multiplicarse por él era destructivo, era muy respetuoso al ser sumado, y cuando era un exponente o le aplicaban el factorial le producía un gran placer convertirse en Uno; además sin él no existirían los números negativos.
–No me hables de esos monstruos – bramó Uno. ¿Dónde has visto -3 árboles? Eso no es natural, es casi tan imaginario como ese tal i.
Pi intentó tranquilizar a Cero y a Uno diciendo que ambos se bastaban por sí solos para crear un sistema de numeración. Además arguyó que cuando los enteros se emparejaban producían bonitos racionales.
Burlón, e comentó: - Racionales sí, excepto cuando Cero figura como denominador.
Cero no se ofendió y dijo que uno de los momentos en los que no se sentía humillado era precisamente cuando no tenía que soportar pesados numeradores.
Uno, tratando de insultar a pi y a e, les llamó despectivamente trascendentes, comentando que se creían muy importantes, añadiendo con arrogancia que sin él no existiría ningún otro.
Pi observó que todos eran importantes y que juntos podrían realizar proezas extraordinarias.
Uno contestó que lo único que haría sería sumarse. No le gustaba que le antepusiesen un signo que lo convirtiese en uno de esos estúpidos negativos, y multiplicarse para que no ocurriese nada era una pérdida de tiempo.
Cero preguntó como podía participar si no tenía valor.
e contestó que él sería el resultado de una de las proezas de las que hablaba pi.
–¿Cómo puede ser posible? – preguntó Cero – Yo nada aporto. Soy un acomplejado.
i prorrumpió en carcajadas: - Qué bonito juego de palabras: tú eres un acomplejado y yo un complejo.
Cero no entendió la broma y se asustó al no poder ver a i.
Uno le llamó cobarde y timorato, confesándole que estaba harto de que lo siguiese a todas partes cuando los usaban en el sistema binario.
e , conciliador, les sugirió que se uniesen todos.
Uno preguntó de qué estaba hablando y Cero también, mientras tanto i, en su mundo imaginario, no se enteraba de nada y pi sonreía con complicidad pensando en lo ignorantes que eran esos naturales, no siendo extraño que a e y a él los tildasen de trascendentes, pues sin duda eran más sabios.
Pi dijo a i que se multiplicase por él.
Uno se preguntó que demonios era π.i.
e se dirigió a pi y a i y les pidió que se elevasen sobre él a modo de exponente.
Cero estaba desconcertado, ¿qué papel iba a jugar él en todo ese galimatías? Si se sumaba no ocurriría nada, si lo multiplicaban destruiría todo y si lo convertían en exponente aparecería de nuevo el impertinente Uno.
–Vamos Uno - inquirió e, – ¡Únete a nosotros!
Uno se sumó a regañadientes.
Cero los vio y preguntó: - ¿Quién es 1 más e elevado a pi por i?
- ¡Tú! - respondieron al unísono pi y e con el consiguiente asombro de Uno y la indiferencia de i.
e afirmó que a él lo denominaban así debido a un matemático suizo del siglo XVIII llamado Leonard Euler que había demostrado la más hermosa fórmula en la que intervenían los cinco: 1 más e elevado a pi por i igual a 0. En su honor lo habían representando con la primera letra de su apellido.
Se dispersaron los cinco con una perspectiva más solidaria de su función en el mundo después de la maravilla que habían logrado juntos.
José M. Ramos González
Abril 2010.
Mat-monólogo ganador en el II concurso de Mat-monólogos del IES Monelos de A Coruña.