viernes, 10 de julio de 2015

O. Henry. Un escritor de pluma blanca



O. Henry, pseudónimo de William Sydney Potter, fue un escritor norteamericano en la transición del siglo XIX al XX que cultivó el género del cuento con final sorprendente e inesperado. Como no llegó a escribir una obra de amplio alcance narrativo que lo incluyese en el panteón de autores reputados, la crítica literaria lo relegó a un segundo plano, pese a la aceptación unánime del público.
Como la mayoría de los escritores de su época, O. Henry se dio a conocer en las páginas de los periódicos, ejerciendo la profesión que sería un trampolín para muchos de ellos: el periodismo. La prensa, vehículo de transmisión de la narración corta e incluso no tan breve con el folletín o publicación en fascículos, le permitió darse a conocer y, con posterioridad, vivir de su labor como creador de fantasías del gusto de un público que comenzaba a forjar los destinos de una gran nación, a lo que la prensa iba a contribuir en gran medida.
Original de Greenboro, un pueblo de Carolina del Norte, se asentó durante  los últimos años de su vida en New York, después de haber tenido una tormentosa juventud y haber estado encarcelado por un presunto desfalco perpetrado en el banco en el que trabajaba. Su actividad en el ámbito bancario se deja traslucir en muchas de sus narraciones, donde se advierte su conocimiento de primera mano de la jerga y entresijos de esa actividad.
O. Henry (1862-1910)
Comenzó escribiendo cuentos cuya trama se desarrollaba en el Oeste, creando personajes un tanto estereotipados, tales como forajidos, cowboys, vagabundos, enmarcando sus aventuras en los áridos paisajes de Texas o Nuevo Méjico.
Sin embargo, en los diez últimos años de su vida, cambió el marco rural por la agitación de la gran ciudad, esa concentración urbana que determinará el destino de los personajes que por ella pululan, poniendo al descubierto sus anhelos, sus alegrías, sus penas, sus fortunas y sus miserias. O. Herny utiliza toda una variopinta gama de personajes: mendigos, mujeres solteras, matrimonios, aristócratas, burgueses, policías… y los mueve a su antojo con un realismo un tanto forzado, pues llega a tensar en demasía las intrigas para encauzarlas hacia un desenlace que impacta por lo insólito, y, por tanto, poco verosímil. Trasgrede la realidad, convirtiendo fenómenos aleatorios en deterministas, y privándola de su principal característica: el azar. El azar siempre juega a favor de corriente del autor, dirigiéndolo por un sendero cuyo final ha sido  determinado a priori, sorprendiendo al lector con una conclusión que casi nunca deja indiferente. De este modo, la imaginación y la creatividad en O. Henry, supera esa exquisitez realista, patrimonio exclusivo de los autores europeos, y cuya carencia se le reprocha. Sin embargo no se puede decir que la idiosincrasia de sus protagonistas no sea auténtica; son sus actos y consecuencias lo que se le cuestiona por ese afán de ofrecernos una explosión de fuegos artificiales en las últimas líneas de sus relatos.
Para manipular los destinos de sus personajes, y para subvertir una realidad cotidiana, que en la mayoría de los caso resultaría anodina, el autor recurre al esperpento como técnica literaria y, sobre todo, al humor, un humor reforzado con una prosa exquisita y un extraordinario dominio del eufemismo. Este estilo, rico en matices,  es muy propio de los autores norteamericanos que proceden del mundo periodístico: Ambrose Bierce, Mark Twain, Bret Harte.
A diferencia de sus colegas europeos, de moral más relajada, O.  Henry es un escritor que se caracteriza por una notable pulcritud. Siguiendo las pautas de la literatura norteamericana, influenciada por el puritanismo imperante en la sociedad, O.Henry es un autor para todo tipo de público. Ni una palabra malsonante, ni un personaje sórdido o moralmente reprobable. Incluso los malvados y los personajes con alguna carga de negatividad, tienen un alma, una componente espiritual, una sensibilidad que atenúa y redime sus pecados, minimizando el carácter doloso de sus comportamientos. Tal vez, esta benevolente mirada hacia los delincuentes sea consecuencia de la empatía que el autor llegó a establecer con sus compañeros de prisión.
Conviene resaltar que O. Henry bebió en otros autores de cuentos. Conocía al maestro de la narración breve, Guy de Maupassant, al que menciona en uno de sus relatos, haciendo alusión a su maestría. Pero también fue fuente de inspiración para muchos otros, y hoy en día el relato corto con final sorprendente suele ser una constante en muchos de los más afamados escritores de nuestro tiempo.
Las tramas que desarrolla se centran normalmente en las inquietudes de un personaje, protagonista principal del cuento, a veces de dos, más que en situaciones que impelen a una colectividad a la acción. Todo ello sin demasiados alardes psicológicos y yendo directamente a lo que le interesa. Las mujeres, por ejemplo, desempeñan un rol característico en su obra como seres delicados, frágiles, sumisos y deseosos de emanciparse económicamente.  Como muchos autores de fin de siglo, O. Henry no es ajeno a los prejuicios de su época, y, en una sociedad eminentemente patriarcal, trata a la mujer con cierto paternalismo no exento de desdén. Las expresiones que la mujer le sugiere, muestran a todas luces una ligera actitud machista, sin llegar a la misoginia que impera  durante todo el siglo XIX y gran parte del XX, con las doctrinas y principios de Schopenahauer o Nietzche. Las mujeres son «la brigada del carmín y el estropajo». Así las define O. Henry, en un contexto humorístico, en el cuento Una Navidad en el empalme, haciendo alusión a su coquetería y a su dedicación a las labores domésticas. En casos excepcionales, el débil y sumiso es el hombre, pero su condición masculina provoca una reacción de valentía final, rebelándose contra la opresión a la que está sometido (Memorias de un perro amarillo).
 En los cuentos de O. Henry, la mayor ambición  de la mujer es el matrimonio. La búsqueda de un compañero que bajo el cual pueda guarecerse de una sociedad que considera a la mujer solitaria, como un ser condenado a un destino incierto y miserable, puesto que ha sido creada para convertirse en la compañera, o mejor dicho en el complemento del hombre. Y, paradójicamente, una vez en pareja, sometida a los caprichos y autoridad del esposo, su situación se vuelve más penosa, pues es víctima de malos tratos y desconsideración, pero lo asume con alegría, como si todo ello formase parte de su propia condición de mujer. Este es el caso del célebre cuento Tragedia en Harlem, cuyo título resulta muy sugestivo porque el lector nunca llegará a determinar si el término “tragedia” se refiere a la violencia doméstica explícita en el cuento, o si alude al dolor de la esposa porque su marido no la agrede, considerando esta inacción como un gesto de indiferencia y por tanto de falta de amor. O. Henry da un tratamiento a la violencia doméstica que hoy nos puede parecer insultante, pues la mujer disfruta siendo víctima; incluso considera su matrimonio fracasado si su marido no tiene poder sobre ella. Y la propia sociedad lo tiene tan asumido que lo ve con normalidad. Tan es así, que un policía, testigo de una riña doméstica, hace caso omiso con toda naturalidad del incidente, continuando con su ronda nocturna (Entre dos asaltos). Pero en realidad lo que O. Henry nos plantea es una crítica social sobre el matrimonio y la difícil convivencia en cuartos de pensión barata, pequeños habitáculos, donde la falta de espacio y la miseria catalizan y despiertan los instintos más violentos del hombre.  Todo lo anterior, como ya hemos dicho, matizado con una pátina de humor que desencadena en el lector una sonrisa, más que un sentimiento de indignación o de lástima.
Otro tema bastante recurrente en su obra es la del sujeto insatisfecho con su condición social, deseando alcanzar un estatus diferente. Esto provoca narraciones donde se produce un travestismo temporal. El pobre se transforma en rico, el rico en pobre… (Mientras el auto espera)
Por último, O. Henry manifiesta una especial sensibilidad hacia los más desfavorecidos. Los vagabundos y mendigos, son protagonistas en muchos de sus cuentos. Los trata con cierto paternalismo, pero no incide en su miseria, sino que destaca sus ganas de vivir y su satisfacción por pagar el precio de la miseria a cambio de alcanzar una libertad absoluta. (El policía y el himno, Dos caballeros en acción de gracias)
En resumen, hoy podríamos calificar la literatura de O. Herny de “blanca” en oposición a la de otros compatriotas suyos como Edgar Allan Poe o Ambrose Bierce, que tildaríamos de “negra”, sobre todo por los contenidos más oscuros y dramáticos de sus relatos. Su forma de narrar nos recuerda más a Mark Twain, aunque este haga gala de un humor más caustico, y su crítica social resulte mucho más evidente.
Con humor y un sarcasmo carente de malicia, nos sumerge en la ciudad y nos muestra como sigue su curso, cobijando a esa humanidad hormigueante y gregaria, que camina y marcha sin saber muy bien hacia donde… tal vez su destino sea un final inesperado del que O. Henry es consumado maestro.
 
José M. Ramos. Vigo 7 julio 2015.