jueves, 6 de diciembre de 2012

La manzana de Newton (relato)



–¡Profesor!
–¿Sí?
–¿Es real la historia de la manzana de Newton?
El profesor dudó. Lo cierto es que no lo sabía porque los historiadores tampoco eran unánimes al respecto. Había quien afirmaba que la anécdota era una leyenda para mayor gloria del científico inglés, que venía a significar que cualquier percance, por ínfimo que fuese, podría dar lugar a una ley universal. Lo que trataba de ocultarse tras la historia de la manzana no era otra cosa que la existencia de una estrecha interrelación entre el microcosmos y el macrocosmos; entre un fenómenos determinístico y uno aleatorio. El universo era una globalidad, no en vano existía una gran similitud entre un átomo y un sistema planetario.
Todo ese razonamiento pasaba fugazmente por la mente del profesor y era procesado en décimas de segundo para tratar de responder a la pregunta formulada. Este, en su afán de dar una explicación convincente y satisfacer la curiosidad de su alumno, dijo:
– Newton era un genio, sin duda, pero se me hace difícil creer que la caída de una manzana fuese el detonante del descubrimiento de la mayor ley del universo. Aunque es posible. Según parece, Einstein desarrolló la teoría de la relatividad inspirado por la visión de un reloj en una estación de ferrocarril y dicen que Galileo obtuvo sus fórmulas del movimiento en caída libre cuando arrojó un objeto desde la torre de Pisa.
El profesor se detuvo un instante para observar la reacción de su alumno. Se hizo un breve silencio durante el cual el alumno asintió con la cabeza.

***

Les contaré lo que ocurrió en realidad:
Nos dice el libro del Génesis que Dios creó el mundo en siete días. Cuando finalmente creo al hombre, Dios vio al hombre solo, y, compadeciéndose, le dio una compañera para que le hiciese compañía y para que reinasen ambos sobre la tierra, los mares y los animales, con la condición de que podrían tomar todo lo que quisieran con excepción de las manzanas del árbol del Bien y del Mal. Eva, tentada por la serpiente, no pudo resistir y tomó una manzana desafiando a Dios. La mujer ofreció a Adán el fruto prohibido y, éste, lo tomó. Fue en ese momento cuando la manzana se convirtió en el fruto más tentador y al mismo tiempo deleznable de la historia.
Fijémonos en la tendencia en atribuirle a este fruto un curioso protagonismo. La manzana de la discordia que enfrentó a las diosas griegas Hera, Atenea y Afrodita y que provocó la guerra de Troya; la manzana envenenada que la madrastra disfrazada de anciana ofreció a Blancanieves en el famoso cuento infantil; el manzano bajo el que presuntamente Newton sesteaba…
Newton no sesteaba. No tenía tiempo para ello. Sus investigaciones sobre la naturaleza de las cosas lo absorbía. Pero lo que más le obsesionaba era encontrar el mensaje críptico contenido en los Evangelios. Estaba seguro de que en el Libro Sagrado se encontraba un código oculto que, una vez descifrado, le permitiría averiguar el día exacto de la creación, así como la fecha del fin del mundo.
La alquimia era una práctica todavía en vigor en época de Newton y el sabio inglés no podía sustraerse a cierta praxis adquirida durante su formación en las universidades por donde había pasado. Pero él, hombre piadoso, creyente en la teoría del Creacionismo,– todavía faltaba siglo y medio para que naciera Charles Darwin –, esperaba conseguir descubrir en la Palabra Divina el misterio del Universo, el Secreto del Gran Alquimista.
Enfrascado en su Biblia y realizando cálculos cabalísticos, utilizando los viejos métodos que, desde la civilización babilónica, habían sido desarrollados por los más prestigiosos numerólogos del medievo, se afanaba en descubrir la edad del Universo.
Conocía el libro del Génesis a la perfección; era capaz de recitar de memoria pasajes de cualquier versículo contenido en la historia de la creación. Había combinado mil veces esas palabras. Un día, desesperado por su falta de resultados, se hizo una pregunta elemental: ¿Por qué razón Dios había prohibido a los primeros padres comer la manzana? Le intrigaba esa imposición para demostrar a Dios obediencia. La fidelidad exigía más sacrificio, algo más noble… Aquella prohibición le resultaba infantil… Y ¿por qué Eva la había tomado contraviniendo las órdenes del Señor? No era capaz de entender que los argumentos de la Serpiente convenciesen a Eva. Newton no tenía en muy buena consideración a las mujeres. Creía, como muchos de sus contemporáneos, que la mujer había sido creada solamente para las perpetuación de la especie y poco más. En este sentido podía entender el irreflexivo acto de Eva, pero no justificaba en modo alguno a Adán. ¿Qué le había llevado a tomar el fruto prohibido?
Sumido en esas reflexiones, Newton abandonó su estudio y se dispuso a dar un paseo por el jardín de su residencia, donde los manzanos ya estaban a rebosar de la preciada fruta, con la que su criada hacía exquisitas tartas y deliciosas compotas.
Observó los árboles, y una vez más se preguntaba cual era la razón de que Dios hubiese elegido la manzana. ¿Qué tenía la manzana que no tuviesen las demás frutas? Concentró toda su atención en una hermosa, roja y lustrosa manzana que colgaba de una rama. Cuando su esfuerzo mental casi llegaba al paroxismo la manzana cayó.
Fue como si se abriese una puerta hacia el infinito y tuvo una sensación de vértigo que casi lo hace caer. Se sintió como Adán. El primer hombre había tomado la manzana que Dios le había negado, él había comprendido lo que Dios había mantenido en secreto hasta ese momento y tal vez no quería que el hombre lo descubriese. Fue como sorprender a Dios en la intimidad. Se sintió exultante y al mismo tiempo un pecador. Una especie de mirón lujurioso. Había descubierto el misterio del Universo. Ahora comprendía porque los objetos caían; ahora entendía porque la luna siempre orbitaba en torno a la tierra y esta en torno al sol….
Adán tomó la manzana creyendo que podría ser como Dios. Newton, más devoto y creyente en un Dios Todopoderoso, no se sintió Dios, pero en su vanidad de mortal se creyó un ser superior. Había establecido la ley que atraía a los objetos entre sí. Se trataba de una fuerza invisible y de naturaleza desconocida, que actuaba en función de la masa de estos. Así, la manzana caía a tierra porque la enorme masa de esta última atraía a la insignificante masa de la manzana. Esa era la misma razón por la que la luna se encontraba prisionera girando alrededor del sol. La fuerza de atracción la mantenía en órbita, mientras que la fuerza centrípeta de la rotación la trataba de arrancar de esa posición, evitando de ese modo que la luna cayese sobre la tierra como había hecho la manzana.
Newton, en su candor religioso, había descubierto la Ley de la Gravitación Universal gracias a la lectura del Antiguo Testamento. ¿Cuántos secretos no contendría ese Libro?
Pese a la gloria y fama que en vida tuvo a raíz de sus descubrimientos; pese a los honores que le fueron rendidos por la comunidad científica de todo el mundo y ser considerado el mayor sabio de su época, Newton, convertido ya en Sir por el rey Carlos II, continuó con sus estudios teológicos y alquímicos.
En su euforia, creyó haber dado con la fecha de la creación del Universo y, pese a toda su fama y honores, se atrevió a afirmar que Dios había creado todo lo visible e invisible el año 4000 antes de Cristo. Siguiendo la tradición de todos los grandes alquimistas, del cual Nostradamus fue ejemplo, Newton no podía dejar de vaticinar la fecha del fin del mundo que dedujo habría de suceder en el año 2060.
***

Satisfecho de su respuesta, y ante el silencio de aceptación de su curioso alumno, el profesor continuó explicando la Ley de la Gravitación Universal y se fue olvidando paulatinamente de la anécdota de la célebre manzana de Newton.

Terror en planilandia




I

Tomó un folio y lo depositó en la mesa. Encendió el flexo. El súbito haz de luz lo deslumbró y al ver la blancura del papel bajo la intensa claridad, tuvo una de esas absurdas asociaciones de ideas; pensó en la Inmaculada Concepción. ¿Por qué afloraba semejante idea? Si cada vez que veía algo sin mácula pensaba en la Virgen tenía un problema y por añadidura un tema para discutir con su psiquiatra. Alejó esa idea justificando que se trataba sencillamente de una extraña, pero lógica relación etimológica sin mayor trascendencia. En fin… tenía ante sus ojos un perfecto rectángulo de papel destinado a recoger su poema. ¿Qué poema?, se preguntó mientras observaba aquel objeto bidimensional. Escribiría un soneto. De pronto percibió que no era él quien miraba el papel sino que aquel folio lo escudriñaba a él. Fue una sensación fugaz, pero intensa. En esas décimas de segundo lo invadió un terror que no fue capaz de explicarse; fue una turbación  tan breve y absurda que de inmediato se olvidó del asunto. Se inclinó sobre la mesa y la pluma estilográfica que tenía en su mano derecha incidió en el papel rompiendo la continuidad impoluta de la superficie del folio, trazando una hermosa S. Fue en ese preciso instante cuando lo oyó…
II

De pronto se encontró solo, apoyado en una superficie más dura que su esencia. Se sintió cegado por una luz que provenía de algún sitio indefinido. No lograba ver el origen de aquella luz. Cuando acostumbró su visión a aquella nueva situación, miró en derredor suyo. Solo veía la blancura de su ser. Nada había de extraño; sin embargo lo embargó el miedo. Sabía que algo iba a ocurrir, pero no estaba seguro de lo que era.
Súbitamente sintió un dolor en su parte superior. Era un dolor agudo y pudo observar como en su blanca superficie aparecía, surgiendo de la nada, un punto de color negro que se fue extendiendo en una línea continua como una serpiente, conformando un extraño símbolo…Gritó, pero su grito no era del dolor que le producía aquel surco oscuro que le rasgaba la piel a medida que crecía y se desarrollaba en su cuerpo; gritaba por el terror que le producía ignorar de donde procedía aquella anomalía. Lo atenazaba el miedo a lo desconocido…

III

Le pareció oír un grito lejano. No, seguramente era una sensación acústica producida en el interior de su propio oído por una vibración accidental de su tímpano, o como cuando cierras los ojos y ves estrellas, pero en realidad no están allí. Escribió “Soneto” y debajo comenzó el primer verso:

Cuando los campos despiertan al alba

Tenía que buscar una palabra que rimase con alba… ¿calva?...¡Por Dios, qué ocurrencia!... ¿malva? no, muy prosaico; ¿alma?...demasiado evidente; ¿gualda?... demasiado patriótico; ¿falda?... bastante frívolo.
Y así estuvo durante un buen rato, hasta que se cansó. Desesperado por su falta de inspiración, agarró el folio en un alarde de rabia y lo estrujó en su puño arrojándolo a la papelera. Apagó el flexo y se fue.