jueves, 6 de diciembre de 2012

Terror en planilandia




I

Tomó un folio y lo depositó en la mesa. Encendió el flexo. El súbito haz de luz lo deslumbró y al ver la blancura del papel bajo la intensa claridad, tuvo una de esas absurdas asociaciones de ideas; pensó en la Inmaculada Concepción. ¿Por qué afloraba semejante idea? Si cada vez que veía algo sin mácula pensaba en la Virgen tenía un problema y por añadidura un tema para discutir con su psiquiatra. Alejó esa idea justificando que se trataba sencillamente de una extraña, pero lógica relación etimológica sin mayor trascendencia. En fin… tenía ante sus ojos un perfecto rectángulo de papel destinado a recoger su poema. ¿Qué poema?, se preguntó mientras observaba aquel objeto bidimensional. Escribiría un soneto. De pronto percibió que no era él quien miraba el papel sino que aquel folio lo escudriñaba a él. Fue una sensación fugaz, pero intensa. En esas décimas de segundo lo invadió un terror que no fue capaz de explicarse; fue una turbación  tan breve y absurda que de inmediato se olvidó del asunto. Se inclinó sobre la mesa y la pluma estilográfica que tenía en su mano derecha incidió en el papel rompiendo la continuidad impoluta de la superficie del folio, trazando una hermosa S. Fue en ese preciso instante cuando lo oyó…
II

De pronto se encontró solo, apoyado en una superficie más dura que su esencia. Se sintió cegado por una luz que provenía de algún sitio indefinido. No lograba ver el origen de aquella luz. Cuando acostumbró su visión a aquella nueva situación, miró en derredor suyo. Solo veía la blancura de su ser. Nada había de extraño; sin embargo lo embargó el miedo. Sabía que algo iba a ocurrir, pero no estaba seguro de lo que era.
Súbitamente sintió un dolor en su parte superior. Era un dolor agudo y pudo observar como en su blanca superficie aparecía, surgiendo de la nada, un punto de color negro que se fue extendiendo en una línea continua como una serpiente, conformando un extraño símbolo…Gritó, pero su grito no era del dolor que le producía aquel surco oscuro que le rasgaba la piel a medida que crecía y se desarrollaba en su cuerpo; gritaba por el terror que le producía ignorar de donde procedía aquella anomalía. Lo atenazaba el miedo a lo desconocido…

III

Le pareció oír un grito lejano. No, seguramente era una sensación acústica producida en el interior de su propio oído por una vibración accidental de su tímpano, o como cuando cierras los ojos y ves estrellas, pero en realidad no están allí. Escribió “Soneto” y debajo comenzó el primer verso:

Cuando los campos despiertan al alba

Tenía que buscar una palabra que rimase con alba… ¿calva?...¡Por Dios, qué ocurrencia!... ¿malva? no, muy prosaico; ¿alma?...demasiado evidente; ¿gualda?... demasiado patriótico; ¿falda?... bastante frívolo.
Y así estuvo durante un buen rato, hasta que se cansó. Desesperado por su falta de inspiración, agarró el folio en un alarde de rabia y lo estrujó en su puño arrojándolo a la papelera. Apagó el flexo y se fue.