O. Henry, pseudónimo de William Sydney
Potter, fue un escritor norteamericano en la transición del siglo XIX al XX que
cultivó el género del cuento con final sorprendente e inesperado. Como no llegó
a escribir una obra de amplio alcance narrativo que lo incluyese en el panteón
de autores reputados, la crítica literaria lo relegó a un segundo plano, pese a
la aceptación unánime del público.
Como la mayoría de los escritores de su
época, O. Henry se dio a conocer en las páginas de los periódicos, ejerciendo
la profesión que sería un trampolín para muchos de ellos: el periodismo. La
prensa, vehículo de transmisión de la narración corta e incluso no tan breve
con el folletín o publicación en fascículos, le permitió darse a conocer y, con
posterioridad, vivir de su labor como creador de fantasías del gusto de un
público que comenzaba a forjar los destinos de una gran nación, a lo que la
prensa iba a contribuir en gran medida.
Original de Greenboro, un pueblo de
Carolina del Norte, se asentó durante los
últimos años de su vida en New York, después de haber tenido una tormentosa
juventud y haber estado encarcelado por un presunto desfalco perpetrado en el
banco en el que trabajaba. Su actividad en el ámbito bancario se deja traslucir
en muchas de sus narraciones, donde se advierte su conocimiento de primera mano
de la jerga y entresijos de esa actividad.
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O. Henry (1862-1910) |
Comenzó escribiendo cuentos cuya trama
se desarrollaba en el Oeste, creando personajes un tanto estereotipados, tales
como forajidos, cowboys, vagabundos, enmarcando sus aventuras en los áridos
paisajes de Texas o Nuevo Méjico.
Sin embargo, en los diez últimos años de
su vida, cambió el marco rural por la agitación de la gran ciudad, esa
concentración urbana que determinará el destino de los personajes que por ella
pululan, poniendo al descubierto sus anhelos, sus alegrías, sus penas, sus
fortunas y sus miserias. O. Herny utiliza toda una variopinta gama de
personajes: mendigos, mujeres solteras, matrimonios, aristócratas, burgueses,
policías… y los mueve a su antojo con un realismo un tanto forzado, pues llega
a tensar en demasía las intrigas para encauzarlas hacia un desenlace que
impacta por lo insólito, y, por tanto, poco verosímil. Trasgrede la realidad,
convirtiendo fenómenos aleatorios en deterministas, y privándola de su
principal característica: el azar. El azar siempre juega a favor de corriente
del autor, dirigiéndolo por un sendero cuyo final ha sido determinado a priori, sorprendiendo al lector con una conclusión que casi nunca
deja indiferente. De este modo, la imaginación y la creatividad en O. Henry, supera
esa exquisitez realista, patrimonio exclusivo de los autores europeos, y cuya
carencia se le reprocha. Sin embargo no se puede decir que la idiosincrasia de
sus protagonistas no sea auténtica; son sus actos y consecuencias lo que se le
cuestiona por ese afán de ofrecernos una explosión de fuegos artificiales en
las últimas líneas de sus relatos.
Para manipular los destinos de sus
personajes, y para subvertir una realidad cotidiana, que en la mayoría de los
caso resultaría anodina, el autor recurre al esperpento como técnica literaria
y, sobre todo, al humor, un humor reforzado con una prosa exquisita y un
extraordinario dominio del eufemismo. Este estilo, rico en matices, es muy propio de los autores norteamericanos
que proceden del mundo periodístico: Ambrose Bierce, Mark Twain, Bret Harte.
A diferencia de sus colegas europeos, de
moral más relajada, O. Henry es un
escritor que se caracteriza por una notable pulcritud. Siguiendo las pautas de
la literatura norteamericana, influenciada por el puritanismo imperante en la
sociedad, O.Henry es un autor para todo tipo de público. Ni una palabra
malsonante, ni un personaje sórdido o moralmente reprobable. Incluso los
malvados y los personajes con alguna carga de negatividad, tienen un alma, una
componente espiritual, una sensibilidad que atenúa y redime sus pecados,
minimizando el carácter doloso de sus comportamientos. Tal vez, esta
benevolente mirada hacia los delincuentes sea consecuencia de la empatía que el
autor llegó a establecer con sus compañeros de prisión.
Conviene resaltar que O. Henry bebió en
otros autores de cuentos. Conocía al maestro de la narración breve, Guy de
Maupassant, al que menciona en uno de sus relatos, haciendo alusión a su
maestría. Pero también fue fuente de inspiración para muchos otros, y hoy en
día el relato corto con final sorprendente suele ser una constante en muchos de
los más afamados escritores de nuestro tiempo.
Las tramas que desarrolla se centran
normalmente en las inquietudes de un personaje, protagonista principal del
cuento, a veces de dos, más que en situaciones que impelen a una colectividad a
la acción. Todo ello sin demasiados alardes psicológicos y yendo directamente a
lo que le interesa. Las mujeres, por ejemplo, desempeñan un rol característico
en su obra como seres delicados, frágiles, sumisos y deseosos de emanciparse
económicamente. Como muchos autores de
fin de siglo, O. Henry no es ajeno a los prejuicios de su época, y, en una
sociedad eminentemente patriarcal, trata a la mujer con cierto paternalismo no
exento de desdén. Las expresiones que la mujer le sugiere, muestran a todas
luces una ligera actitud machista, sin llegar a la misoginia que impera durante todo el siglo XIX y gran parte del
XX, con las doctrinas y principios de Schopenahauer o Nietzche. Las mujeres son
«la brigada del carmín y el estropajo». Así las define O. Henry, en un contexto
humorístico, en el cuento Una Navidad en
el empalme, haciendo alusión a su coquetería y a su dedicación a las
labores domésticas. En casos excepcionales, el débil y sumiso es el hombre,
pero su condición masculina provoca una reacción de valentía final, rebelándose
contra la opresión a la que está sometido (Memorias
de un perro amarillo).
En
los cuentos de O. Henry, la mayor ambición
de la mujer es el matrimonio. La búsqueda de un compañero que bajo el
cual pueda guarecerse de una sociedad que considera a la mujer solitaria, como
un ser condenado a un destino incierto y miserable, puesto que ha sido creada
para convertirse en la compañera, o mejor dicho en el complemento del hombre.
Y, paradójicamente, una vez en pareja, sometida a los caprichos y autoridad del
esposo, su situación se vuelve más penosa, pues es víctima de malos tratos y
desconsideración, pero lo asume con alegría, como si todo ello formase parte de
su propia condición de mujer. Este es el caso del célebre cuento Tragedia en Harlem, cuyo título resulta
muy sugestivo porque el lector nunca llegará a determinar si el término
“tragedia” se refiere a la violencia doméstica explícita en el cuento, o si
alude al dolor de la esposa porque su marido no la agrede, considerando esta
inacción como un gesto de indiferencia y por tanto de falta de amor. O. Henry
da un tratamiento a la violencia doméstica que hoy nos puede parecer
insultante, pues la mujer disfruta siendo víctima; incluso considera su
matrimonio fracasado si su marido no tiene poder sobre ella. Y la propia
sociedad lo tiene tan asumido que lo ve con normalidad. Tan es así, que un policía,
testigo de una riña doméstica, hace caso omiso con toda naturalidad del
incidente, continuando con su ronda nocturna (Entre dos asaltos). Pero en realidad lo que O. Henry nos plantea es
una crítica social sobre el matrimonio y la difícil convivencia en cuartos de
pensión barata, pequeños habitáculos, donde la falta de espacio y la miseria
catalizan y despiertan los instintos más violentos del hombre. Todo lo anterior, como ya hemos dicho,
matizado con una pátina de humor que desencadena en el lector una sonrisa, más
que un sentimiento de indignación o de lástima.
Otro tema bastante recurrente en su obra
es la del sujeto insatisfecho con su condición social, deseando alcanzar un
estatus diferente. Esto provoca narraciones donde se produce un travestismo temporal.
El pobre se transforma en rico, el rico en pobre… (Mientras el auto espera)
Por último, O. Henry manifiesta una
especial sensibilidad hacia los más desfavorecidos. Los vagabundos y mendigos,
son protagonistas en muchos de sus cuentos. Los trata con cierto paternalismo,
pero no incide en su miseria, sino que destaca sus ganas de vivir y su satisfacción
por pagar el precio de la miseria a cambio de alcanzar una libertad absoluta. (El policía y el himno, Dos caballeros en
acción de gracias)
En resumen, hoy podríamos calificar la
literatura de O. Herny de “blanca” en oposición a la de otros compatriotas
suyos como Edgar Allan Poe o Ambrose Bierce, que tildaríamos de “negra”, sobre
todo por los contenidos más oscuros y dramáticos de sus relatos. Su forma de
narrar nos recuerda más a Mark Twain, aunque este haga gala de un humor más caustico,
y su crítica social resulte mucho más evidente.
Con humor y un sarcasmo carente de
malicia, nos sumerge en la ciudad y nos muestra como sigue su curso, cobijando
a esa humanidad hormigueante y gregaria, que camina y marcha sin saber muy bien
hacia donde… tal vez su destino sea un final inesperado del que O. Henry es
consumado maestro.
José M. Ramos. Vigo 7 julio 2015.