lunes, 18 de octubre de 2010

Maupassant y la zarzuela

De Bola de Sebo de Guy de Maupassant  a La Estrella de Olympia de Carlos Arniches

El célebre y prolífico comediógrafo español Carlos Arniches (1866-1943), conocido en el mundo del teatro por obras de tanto relieve como “La señorita de Trevélez” o “ Es mi hombre“, también probó fortuna con menos éxito en la zarzuela, denominado el género chico por ser considerado el hermano pobre de la ópera. Como es sabido se trata de una opereta generalmente cómica y autóctona de la España de principios hasta mediados del siglo XX, que llegó a gozar de una gran popularidad entre todo tipo de público. ¿A quién no le suenan títulos como La Revoltosa, El huésped del sevillano, Gigantes y cabezudos o Doña Francisquita por poner algunos ejemplos? La televisión, en la década de los 60, también fue un gran medio de divulgación de la zarzuela en aquellas zonas de España en las que no existían teatros o a donde las compañías no acudían con la asiduidad que lo hacían en las grandes capitales.
Carlos Arniches
Pasada de moda actualmente, la zarzuela fue uno de los divertimientos de nuestros abuelos, y hay que reconocer que hoy en día todavía existen muchos aficionados a este género cómico-musical, no en vano tanto libretos como sus correspondientes partituras y arreglos musicales siguen siendo un referente fundamental en la historia de la música y literatura de nuestra patria. Nos suenan maestros como Amadeo Vives, Rafael Calleja, Ruperto Chapí y tantos otros compositores de renombre que han puesto música a historias generalmente divertidas para disfrute de nuestros más recientes antepasados.
Nuestra zarzuela es un teatro de costumbres, donde se tratan los temas con el sentido del humor típico del castizo castellano, del alegre andaluz o el mercantilista catalán; todas las diversas idiosincrasias que componen nuestra diversidad cultural con sus  estereotipos llevados hasta lo bufo y aderezados con un arreglo orquestal que amplifica las escenas más relevantes del libreto.
La zarzuela consta de dos partes fundamentales: un libreto o texto y una música, ambas originales y compuestos el uno para la otra y viceversa, donde se intercalan escenas habladas con otras cantadas, generalmente en verso éstas últimas, y un argumento mayoritariamente de índole costumbrista español como ya hemos apuntado. No obstante se estrenaron algunas cuya temática tenían tras de sí una influencia literaria previa o una inspiración en otras obras de enjundia propicias para ser llevadas a la escena, o al menos intentarlo, en forma de opereta cómica.
El caso del que nos vamos a ocupar quizá no sea excepcional, pero hay que reconocer que al menos su autor, Carlos Arniches, tuvo la honradez y la modestia, muy poco frecuente en la mayoría de los hombres de letras, de confesar que su libreto estaba basado en un cuento extranjero. Eso sí, sin citar título ni autor. Aunque resulta tan evidente de qué historia se trata, que pasar por alto ese reconocimiento sería un poderoso motivo a la hora de cuestionar la probidad como escritor del Sr. Arniches. No es el caso, y nuestro autor merece el lugar que le corresponde dentro de nuestras letras y en particular de nuestro teatro contemporáneo, por haber escrito más de doscientas obras, entre piezas teatrales, libretos de zarzuelas, con mayor o menor fortuna, pero dedicándose con profesionalidad a ello.
Así pues, el 23 de diciembre de  1915 se estrena en el teatro Apolo de Madrid la zarzuela titulada La estrella de Olympia. La portada del libreto, de 49  páginas de extensión,  publicado en 1916, reza textualmente del siguiente modo:

“Carlos Arniches. La estrella de Olimpia. Zarzuela en un acto, dividido en tres cuadros. (Inspirada en un cuento extranjero). Música del maestro Rafael Calleja. Copyright, by Carlos Arniches, 1916. Madrid. Sociedad de autores españoles. Calle del Prado, núm. 84. 1916.”

27 años antes, en 1888, el escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), sorprende a propios y extraños con un cuento insertado en una antología de relatos de la escuela naturalista capitaneada por Zola titulada Les Soirées de Médan. El cuento en cuestión era Boule-de-suif, que se tradujo al castellano como Bola de sebo, la Gordinflona, Pella de sebo, Rollo de manteca…etc., imperando finalmente la traducción literal, es decir Bola de sebo. Sin duda era el mejor cuento de la antología, en la que participaban escritores, algunos de ellos ya consagrados, como Émile Zola, Paul Alexis, Henry Céard, Léon Hennique, J.-K. Huysmans, y un desconocido Guy de Maupassant. Tras la lectura de los cuentos en petit comité por sus autores, Bola de sebo fue elegido como el mejor de todos, e incluso el exigente Flaubert llegó a considerarlo una obra maestra. Y así se considera hoy en día. Hay quién afirma que es el mejor relato corto que se ha escrito nunca, y a nuestro juicio no es una opinión exagerada.
La historia resumida de Bola de sebo es la siguiente.
 Durante la guerra franco-prusiana de 1870, una vez derrotado el ejército francés, los alemanes invaden Francia anexionándose Alsacia y Lorena y ocupando el resto del territorio francés. Un grupo de ciudadanos franceses de Ruán, con un salvoconducto del enemigo, toman una diligencia para viajar a El Havre. Todas las clases sociales están representadas entre los viajeros; la aristocracia, la burguesía, la religión, los nihilistas. Con ellos viaja una joven entrada en carnes, cuyo oficio es el más antiguo del mundo. Los demás la miran con desprecio ignorándola, hasta que el hambre comienza a acuciarles y la previsora joven, tomando de su cesta las provisiones que había llevado consigo, comienza a repartirlas entre sus hambrientos compañeros de viaje, que no tienen reparo en aprovecharse de la situación sin por ello dejar de juzgar a la moza como una escoria social pese a la hipócrita sonrisa que le dispensan. Llegados a una posta de la ruta, donde los caballos han de ser sustituidos y los viajeros podrán descansar un rato, un destacamento prusiano, a las órdenes de un oficial, está instalado en la posada. El oficial indica a los viajeros que no podrán reanudar su camino si la muchacha no se aviene a los deseos impuros que en él han despertado la belleza y lozanía de la joven. Ella, indignada, se niega rotundamente. Sus compañeros de viaje la animan, convenciéndola finalmente con argumentos sibilinos de que se preste a los deseos del lascivo prusiano. Contra su voluntad, Bola de sebo accede a los requerimientos amorosos del enemigo y la diligencia parte hacia el Havre, donde el ruido producido por los arreos y los crujidos de la cabina, se entremezcla con los sollozos de Bola de sebo y el desprecio pintado en el rostro de aquellos a los que la pobre moza había ayudado con su sacrificio.
El relato básicamente es un hermoso y dramático canto al patriotismo y una denuncia a la hipocresía de la burguesía.
Con estas mimbres, el Sr. Carlos Arniches confecciona su cestilla, pues no deja de ser una obra menor, como veremos más adelante, enfrentándola con este relato universalmente reconocido.
Tomando el libreto del Sr. Arniches, y después de la relación de actores que componen el reparto, podemos leer: La acción en un pueblo de Francia durante la invasión de los aliados, en la guerra de 1812.
No deja de ser inédito en la historia de la zarzuela que la acción se desarrolle por completo en Francia y con personajes franceses, representados, como no podía ser de otra manera, por actores y actrices españolas. Esto resulta cuando menos sorprendente y hasta cierto punto pudiera dar la impresión a algunos puristas que la obra de Arniches traicionase de algún modo la ortodoxia al uso del género, al trasladar la acción de los acontecimientos allende los Pirineos. Pero hemos de observar que el Sr. Arniches no elige lo primero que se le pone a tiro. Tanto le debió impresionar el relato de Maupassant, que no pudo sustraerse a la idea de volcarlo al papel, y adaptarlo al gusto del público español de la época. La indicación de que la fuente de inspiración es “un cuento extranjero” disipa toda duda de plagio y Arniches se aprovecha de la aventura corrida por Bola de sebo y sus compañeros, como hilo conductor de su zarzuela pero alterando los personajes, los caracteres, el desenlace y por último convirtiendo un drama en una hilarante comedia.
La primera pregunta que suscita el hecho de situar la acción 60 años antes de la fecha en que Maupassant desarrolla la suya, es que fue lo que indujo a Arniches a este cambio temporal. Si bien pareciera que carece de importancia y que simplemente es un hecho meramente diferenciador, analicemos las circunstancias históricas bajo las que se produce el estreno de La estrella de Olympia.
En 1916 la Gran Guerra, la I Guerra Mundial, está en su punto más álgido, donde Francia y Alemania luchan entre sí encarnizadamente en las trincheras. España, neutral en la contienda, debe conservar esa actitud política en todas sus manifestaciones y en particular en las artísticas, de ahí que situar la acción en la guerra franco-prusiana de 1870, todavía reciente en el recuerdo de muchos alemanes y franceses, tal vez resultase un tanto atrevido por parte del Sr. Arniches, inclinándose de ese modo por el bando francés y por ende dejando en entredicho la imparcialidad de la que políticamente debería hacerse gala. Situando la acción en 1812, Arniches mata dos pájaros de un tiro, ya que si bien el relato original tanto como la zarzuela se inclinan hacia el bando francés, no se puede decir que el público español tenga en cuenta este matiz como un deseo de la victoria francesa, toda vez que era el ejército napoleónico el derrotado y, como es sabido, Napoleón nunca gozó de excesivas simpatías en nuestro país, tras la invasión de 1808, cuando toda Europa estaba bajo su yugo. De este modo la ocupación prusiana de 1812 y la consiguiente caída del imperio napoleónico justifican sobradamente que Arniches eligiese ese marco histórico para el desarrollo de su obra. Inteligente y diplomática decisión, cuando la censura se encontraba celosamente agazapada entre bastidores.
El segundo, y más importante matiz diferenciador entre las dos obras, se encuentra en la naturaleza de las dos protagonistas. Bola de sebo, nombre con una carga altamente peyorativa, casi insultante, para destacar un defecto en la joven, sus carnes prietas y tal vez su glotonería, es tímida, guapa pero de belleza corriente, su porte y actitud silenciosa en la primera parte del viaje, de carácter frágil que le impide finalmente imponer su criterio ante los argumentos de los demás, asumiendo con naturalidad una inferioridad ante tan distinguidas damas y caballeros.
Maupassant describe así a Isabel Rousset, alias Bola de sebo[1], sin entrar en su psicología como una de las características fundamentales del escritor naturalista.

[…] bajita, mantecosa, con las manos abotargadas y los dedos estrangulados en las falanges – como rosarios de salchichas gordas y enanas -, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como una manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecillos apretados, resplandecientes de blancura [2]

 Por el contrario Arniches, no describe en ningún momento a su heroína. Tengamos en cuenta que es un libreto donde los protagonistas van forjándose en la mente del lector con sus diálogos y por referencias intertextuales. Blanca de Lancour ha de ser muy hermosa, pues el Mayor prusiano que comanda el destacamento que detiene la diligencia le informa a su superior el Coronel:

¡Las jóvenes preciosas, mi Coronel. Va una, que me ha soliviantado el Cuerpo de guardia, no le digo a usted más![3]

No es necesario ser un espectador sentado cómodamente en una butaca del teatro para inferir la belleza escultural de Blanca de Lancour. Por consiguiente, como en el cuento de Cenicienta, Arniches convierte a Bola de sebo en Blanca de Lancour, alias La estrella de Olympia, una cabaretera de cuerpo deseable y sorprendente hermosura que ha encandilado a cuanto hombre se ha puesto a su alcance, de un carácter fuerte y poseedora de una profunda ironía, pero al mismo tiempo sensible a las desgracias de los más débiles. En definitiva una heroína propia de un vaudeville como no podía se de otra forma, lo que la hace muy ficticia y poco verosímil; su coraje y actitud ante sus compañeros de viaje pone de manifiesto un recíproco desprecio, completamente opuesta a Bola de sebo que de algún modo se siente culpable y completamente avergonzada ante las miradas reprobadoras de los demás viajeros. Incluso su nombre Blanca de Lancour, con la partícula de que precede al apellido, parece dejar entrever cierto pedigrí aristocrático encubierto para dar más lustre a la personalidad de su portadora, ante un público que en 1916 respetaba las diferencias sociales de un modo tan natural como casi servil. En definitiva, los alias de las dos mujeres son sumamente significativos, y prácticamente nos las definen.
El resto de los personajes también difiere en bastantes aspectos, aunque su participación en el conjunto del relato sea menos importante. Quizá lo más llamativo en Arniches es que sea el abate Bonflan, un sacerdote, el portavoz de los demás viajeros y que se ve entre la espada y la pared cuando por un lado conmina a la joven a ser virtuosa y posteriormente le debe solicitar que se rinda a la lujuria del apuesto prusiano, so pena de un fusilamiento masivo. Aquí parece vislumbrarse un cierto anticlericalismo, aunque somos más de la opinión que la turbación del sacerdote ante esta contradicción fortalece la comicidad de la obra. Extraigamos del texto las reflexiones del abate viéndose en esta complicada tesitura:

(Aterrado) ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!... ¡Yo… que le suplique yo a una bailarina casquivana que ame al Coronel… Que se lo suplique yo, que he venido todo el camino dirigiéndola exhortaciones para que abrace la virtud y tenerla que decir ahora que no abrace… es decir que abrace… Bueno, esto es para perder el juicio. Y si no la convencemos ese salvaje es capaz…. ¡y, Dios mío!... Bueno…[…] que si esa joven persiste en darle calabazas al Coronel, peligran nuestras cabezas. De modo que la cosa está clara: o las cabezas o las calabazas. […][4]

El párrafo precedente nos muestra los recursos estilísticos propios de Arniches y el estilo cómico que la obra comporta, haciendo uso de juegos de palabras y ambigüedades cuyo objetivo es la hilaridad de los diálogos: cabezas, calabazas; abrazar (¿la virtud o al Coronel?).
Veamos otra escena, durante un almuerzo, donde se ponen de relieve los ardides lingüísticos de Arniches divirtiendo con la fonética.

[…] (En la mesa del señor Renard, [que está sordo como una tapia], Liset acaba de servirles café con panecillos y vuelve a hacer mutis.)
RENARD.- (A Julieta) ¿Tú quieres café?
JULIETA.- Si, pon.
RENARD.- ¿Eh?
JULIETA.- Pon. (Presentando la taza)
RENARD.- ¿Y tú que quieres? (A Casta)
CASTA.- Pan.
RENARD.- ¿Cómo?
CASTA.- Pan.
JULIETA.- Pon…
GASTÓN (Acercándose) ¡Pero qué es eso, niñas, ¿estáis bombardeando a papá? […]

Obviamente el talante de Maupassant es completamente disímil, y en ningún momento se atisba una situación que genere ningún tipo de situación cómica, al menos intencionadamente.
El argumento de La Estrella de Olympia es el mismo, no así el desenlace. El drama vivido por Bola de Sebo nada tiene que ver con lo vivido por Blanca de Lancour, la cual se enfrenta heroicamente al oficial prusiano ignorando los consejos de aquellos que necesitan de su sacrificio de forma interesada, enfrentándose también a ellos y tildándoles directamente de hipócritas. El oficial prusiano se rinde ante el valor, coraje y sensibilidad de la joven y permite a todos que reanuden su viaje no sin antes echar en cara a los demás la actitud de rechazo ante una mujer tan sensible y valiente. Un final épico digno de un cuento de hadas. La estrella de Olympia es una especie de Cenicienta a la que le ha encajado el zapato de cristal a la perfección, mientras que el prusiano pasa de ser el duro e inflexible germano que ha sido humillado ante sus hombres por las negativas de la joven, para convertirse súbitamente en un sensible y melifluo moralista derretido por el arrojo y desparpajo de la mujer.
Esto es lo que diferencia en esencia ambas narraciones. Si leemos ambos textos tal vez resulte vano establecer una comparación. La finalidad de los autores es opuesta, pero en ambos casos logran lo que se proponen. Maupassant escribe un cuento naturalista de la mejor factura, que deja en el lector un poso de melancolía y compasión por una mujer maltratada, una marginada social, convirtiéndose en moneda de cambio de unos hipócritas, mientras que Arniches pretende crear un divertimento que, al mismo tiempo que denuncia la hipocresía de la burguesía, provoca cuatro carcajadas en el público que sale del teatro con la sensación de que al final ha triunfado la justicia y la nobleza, y  que el buen sentido impera en el mundo, no sintiéndose aludidos por lo que es una clara llamada de atención a aquellos aspectos más reprobables de su existencia, lo que obviamente es una engañifa pero no por ello bienintencionada. Muy propio de Arniches que ya denunciaba en su obra La señorita de Trevélez la hipocresía y el aburrimiento de la juventud de las clases sociales más favorecidas.
Toda la obra adornada con la música del maestro Calleja, en los pasajes cantados y en verso, hacen de la Estrella de Olympia un espectáculo digno, pero que no tuvo mucho éxito en su época.
La crítica fue muy dura con Arniches, a diferencia del público que no salió tan decepcionado y aplaudió al autor. Con seguridad ese público, en su mayoría, no conocía el “cuento extranjero” que Arniches parece no especificar intencionadamente con el afán de que no sea leído previamente.
Veamos algunos fragmentos de reseñas críticas sobre la obra en la prensa de la época:

Arniches se acobardó, y en lugar de una obra soberbia, de pelea, ha llevado a la escena de Apolo una muy bonita, graciosa, que le valió numerosas llamadas a las candilejas y le valdrá muchos  dineros. Ese triunfo sólo con parte del cuento, y mayor sería de haberse resuelto a presentarlo con su integridad, permitida por las costumbres de teatro.[5]

Bola de sebo es, sin duda el mejor de todos los cuentos que se han escrito, como es «La Gioconda» el mejor de todos los retratos que se han pintado. Considerar esto, lectores, y pensad en seguida, procurando no enloquecer de terror, qué tal quedaría la maravillosa pintura de Leonardo da Vinci si, a fin de adaptarla a la venerable representación del bendito San Roque, se cubriesen su tersa frente con las alas de un sombrero redondo, su ebúrneo descote con la esclavina de un ayal peregrino, al óvalo purísimo de su rostro con una larga barba y la divina sonrisa de sus labios con un bien poblado bigote. Pues bueno, mejor dicho, pues malo, así, ni más ni menos, ha quedado la primorosa narración de Guy de Maupassant adaptada al teatro en forma de zarzuela del género chico.[6]

[…] Los aplausos, al terminar la obra, fueron acompañados de llamadas al autor, y como Maupassant se ha muerto hace muchos años, y como si no se hubiera muerto antes se habría matado anoche, pues, claro está, no salió. Pero en sus sustitución salió el señor Arniches, a quien se debe –¡muchísimas gracias, D. Carlos!– el arreglito.[7]

[…] Arniches llevó en el Apolo a la escena el famoso cuento de Guy de Maupassant Bola de sebo […]. El cuento francés, modelo prodigioso de un género literario exquisito, acaso el mejor de cuantos se han escrito en el mundo, ha perdido al ser llevado al teatro su gracia, su prestigio, y, sobre todo, su enorme hondura psicológica. Maupassant quiso dejar en una obra definitiva la sensación del egoísmo humano. Arniches hace que la aventura "acabe bien" y como todo lo que "acaba bien" en arte es endeble y, sobre todo, irreal.[…][8]

La prensa católica más reaccionaria, es lapidaria en sus críticas, inclusive al propio Maupassant:

Se ha estrenado en estos días – aunque no con el carácter de obra de Pascuas – un arreglo teatral del inmoralismo cuento de Guy de Maupassant, el zolesco y sucio escritor francés, titulado Boule de suif; el arreglo o zarzuela española se llama La estrella de Olympia. Dense por escritas aquí las más expresivas palabras de repugnancia y de condenación. ¡Qué asco![9]

Dejando al margen como una simple anécdota, esta última crítica, y analizando las demás en las que se compara y sitúa al mismo nivel una obra maestra de la literatura universal con una comedia bufa del género chico, todas estas críticas resultan ser muy ventajistas e injustas en su desaprobación. Arniches no se acobardó, más bien diríamos que fue muy audaz, incluso llegó a jugarse su reputación, pero analizada la cuestión desde una perspectiva más amplia y con el paso del tiempo, debemos ser más indulgentes. Arniches ya lo reconoce al principio de su liberto: inspirado en… no adaptación de… Si se trata de una inspiración, su obra está justificada, y además logra su objetivo, que no es otro que arrancar unas carcajadas a un público ávido de una terapia tan sana como es la risa. Lo demás es retórica y ganas de enredar, y nunca más odiosa resulta en este caso la comparación, aunque no por ello inevitable.
Nadie es profeta en su tierra, pero en España menos. Arniches se llevó el varapalo de la crítica por inspirarse en Bola de Sebo, mientras el Sr. John Ford fue colmado de elogios en todo el mundo por su película La Diligencia, protagonizada por un impersonal John Wayne, que es otro guiño evidente al hermoso relato de Guy de Maupassant.
¡País…!


José Manuel Ramos González
Pontevedra, 17 de octubre de 2010
Notas:

[1] La aventura que se narra en Bola de sebo, parece haber sido en parte real y contada a Maupassant por un tío de éste. De hecho la auténtica Bola de sebo era una prostituta de Ruán llamada Adrienne Legay, a la que Maupassant, ya célebre, tuvo el placer de conocer, aunque a ella nunca le gustó ser identificada con la heroína del relato.
[2] Guy de Maupassant. Bola de sebo y otros relatos. Ed. Aguilar. Col. Relato corto Aguilar, nº 7. Madrid 1994. pag. 18.
[3] Carlos Arniches. La Estrella de Olympia. Sociedad de autores españoles. Madrid. 1916. pág. 33.
[4] Ibid. pág. 41.
[5] Heraldo de Madrid. 24 de diciembre de 1915.
[6] El liberal, 24 de diciembre de 1915.
[7] Ibid.
[8] Blanco y Negro, 9 de enero de 1916.
[9] La lectura dominical, 1 de enero de 1916. Firmado por P. Caballero.