En tiempos
remotos habitaba cerca del río Miño una joven tan hermosa como malvada. Todos
los hombres de la comarca caían rendidos ante su encanto, pero al sentirse rechazados
se arrojaban al río, pues no podían soportar el gran dolor que padecían por el
desprecio de la bella.
Un día pasó
por la región un apuesto juglar que recitaba sus poemas de pueblo en pueblo.
Cuando vio a la joven su corazón comenzó a latir como nunca hasta entonces
había experimentado. Como era bien parecido, la muchacha consintió en coquetear
con él. Cuando estuvo segura de que sus ardides habían obtenido éxito, prorrumpió
en una desdeñosa carcajada y dijo al pobre enamorado que jamás sería suya
porque su mano estaba destinada a un rey. El bardo, loco de pena, siguió los
pasos de los suicidas y las gélidas aguas del río apagaron su llanto y los
delirios de su alma atormentada.
Las ninfas
del río, hartas de tanta iniquidad, decidieron castigar a aquella pérfida
mujer. Un día, mientras paseaba por las orillas del Miño, una fuerza invisible
la empujó a las aguas. Lo primero que
las náyades hicieron fue privarla de su rostro angelical, sustituyendo su
hermosa y sensual boca por un redondo y gran agujero oscuro, con tantos
pequeños dientes como hombres había seducido. Luego, su estilizado cuerpo fue
convertido en el de una serpiente marina, pero de modo que su carne siguiese
siendo tan apetitosa como antes, aunque en vez de lujuria sólo despertaría gula
en los hombres.
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Por el légamo
del Miño, se arrastra hoy la primera lamprea. Hechizada eternamente, continúa
siendo una devoradora de hombres, pues se alimenta de los ahogados, pero hasta
el final de los tiempos redime con su exquisita carne todo el daño que hizo
cuando era mujer mortal.
José M. Ramos González. Pontevedra 2013