domingo, 29 de diciembre de 2013

La carrera (relato)



Uno miró hacia atrás y solo logró ver a Cero que lo seguía. Se preguntó si tras este, la fila se prolongaría, pero el grosor de Cero no le permitía observar lo que había más allá de aquel orondo cuerpo. Uno ocupaba la primera posición en esa carrera; no obstante le preocupaba el número de participantes. Ganar a Cero carecía de mérito. Era sabido que Cero jamás podría adelantarlo, pues aun en el hipotético caso de que esto aconteciese, de inmediato este desaparecería; no en vano para expresar algo sin valor se utilizaba la expresión «ser un cero a la izquierda».
Uno corría desaforadamente, pues sabía que era muy posible que Seis u Ocho, con su forma circular inferior, pudiesen adelantarlo. No le preocupaba ni Cuatro ni Siete, pues solo tenían una pata y su cuerpo asimétrico los desequilibraba.
La carrera discurría por un circuito constituido por rectas que se quebraban en ángulos rectos; algo así como correr por las líneas de un sistema de cuadrículas. Destellos de luz, como flashes de cámaras fotográficas, los rodeaban y, a lo largo del recorrido, podían verse pequeños cilindros y otros objetos tridimensionales cuya función les resultaba desconocida.
En una desviación hacia la derecha, Uno miró hacia atrás girando la cabeza en un ángulo de 135 grados y observó que tras Cero se encontraban otros dos Unos, mientras un Cero cerraba la fila. Solamente eran cinco corredores. Una leve decepción lo invadió.
Le pareció sumamente extraño que no se encontrase en la fila ningún digito superior a él. La probabilidad de que un número, tomado al azar de cinco dígitos, solo contuviese Ceros y Unos era del orden aproximado de 0,00017, es decir 17 casos entre cien mil. Era realmente sorprendente.
El hecho de carecer de rivales le dio la certeza de que obtendría la victoria. En el peor de los casos, solamente otro Uno podría superarlo, pero la presencia de Cero tras él era un considerable obstáculo para que cualquiera de sus dos congéneres tuviesen alguna oportunidad.
La carrera llegaba a su fin. Se veía el final del circuito, y, en lo que resultaba ser la meta, se encontraban una serie de artilugios en forma de pequeños rectángulos asidos al suelo mediante una especie de patas metálicas, como si se tratasen de unas garrapatas artificiales.
Ya no había posibilidad de que se alterase el orden de los dígitos en esa carrera peculiar. Uno venció seguido de Cero; en tercer y cuarto lugar dos Unos y cerraba la serie un Cero.
Tras cruzar la meta, todos se sintieron azotados por lo que parecían ser descargas eléctricas emitidas por aquellos rectángulos de sílice.  Mientras advertían como perdían la consciencia de sí mismos y todo parecía desvanecerse, pensaron fugazmente en lo injusto que resultaba aquel desenlace después de haber disputado aquella carrera.
Sus destinos consistían en ser procesados para metamorfosearse en algo diferente.

La pantalla rectangular de la calculadora de bolsillo se iluminó con luz verde esmeralda y el estudiante pudo leer:  22.
 
José M. Ramos González.  Pontevedra, 10 de enero de 2013.