domingo, 6 de febrero de 2011

La inocencia interrumpida

De Yvette de Maupassant a Doña Diabla de Luís F. Ardavín

Un artículo del periódico El Imparcial del 18 de marzo de 1925, firmado por José de Laserna, nos pone en la pista de una obra teatral basada o inspirada en una obra de Guy de Maupassant.
La obra en cuestión se titula Doña Diabla. Se trata de un drama en tres actos  y en prosa cuyo autor es el dramaturgo español Luís Fernández Ardavín, estrenada en el teatro madrileño La Latina, el 13 de marzo de 1925.
En el artículo podemos leer el siguiente fragmento:

[…]
Ni el ambiente, ni el asunto, ni la acción de este drama celestinesco del teatro naturalista, aunque ciertamente más naturalista en su naturaleza interna que en su expresión formal pesaron sobre la franca aceptación de los espectadores en sus dos primeras partes.
Verdad es que, para los leídos, no estaba ausente La maison Tellier de Guy de Maupassant, con la que no deja de ofrecer Doña Diabla, en las premisas, ciertas concomitancias, y verdad también que, para todos, el drama de Ardavín se desenvuelve arbitraria y caprichosamente.
[...]

Hemos podido tener acceso a la obra de Fernández Ardavín que se publicó en mayo de 1925 por la Librería y Casa editorial Hernando de Madrid, después del polémico estreno. Un libro de 103 páginas que en la fecha de su aparición costaba 10 reales, es decir 2,50 pesetas o para los más jóvenes decir que hoy no llegaría a 2 céntimos de euro. La realidad es que a nosotros nos ha costado cien veces más. Pero en fin, al margen de este paréntesis anecdótico en relación con la revalorización del precio del libro antiguo, volvamos a la obra.

Luís Fernández Ardavín
El Sr. de Laserna habla de premisas y concomitancias entre Doña Diabla y La Casa Tellier. Esto nos estimuló a adquirir y leer el libro para buscar y analizar esa relación entre un estreno teatral con una obra universalmente reconocida y de una calidad excelsa. Pero cual es nuestra sorpresa al comprobar  que La Casa Tellier no tiene nada que ver con Doña Diabla. El único punto en común argumental que presentan las dos es que Madame Tellier y Doña Diabla regentan un prostíbulo. ¡Eso es todo! Y para ahondar más en las diferencias, la Casa Tellier no se desarrolla en la mancebía, mientras que Doña Diabla transcurre todo el tiempo en el salón principal del lupanar. La Casa Tellier nos muestra a sus residentas. Doña Diabla solamente las cita. Y por último, y lo más importante, no hay ningún punto argumental entre una y otra.
¿Valió la pena la adquisición del libro centuplicado en su valor para sufrir esta decepción? Por supuesto que sí.
Nuestra sorpresa resultó mayúscula cuando la lectura de Doña Diabla nos iba acercando cada vez más, no a la Casa Tellier, sino a otro importante relato de Guy de Maupassant: Yvette, que a su vez da nombre a una de las antologías de cuentos que publicó en vida y que en castellano fue traducida en ocasiones con el desafortunado título de El vicio amoroso.
Haciendo un juego redundante de palabras, diremos que esto nos hace ser críticos con el crítico, y afirmar que el Sr. José de Laserna oyó repicar campanas sin saber donde confundiéndose de relato.

En efecto, Doña Diabla es un drama en tres actos en prosa que narra las peripecias de una jovencita recién salida de un colegio de monjas, en el que estuvo recluida desde niña, para ir a vivir con su madre. Doña Diabla, así llamada por sus sutiles artimañas para hacer de su casa un lugar de citas exclusivo, mantuvo oculta a su hija de esa vida disipada, proporcionándole una educación en un ambiente de salud moral estricto.
Cuando la niña llega a la casa llena de ideales, inquietudes y ganas de vivir, no sospecha absolutamente nada hasta que poco a poco, el contacto con los personajes que acuden al salón de la alcahueta, le va abriendo los ojos para sufrir el duro impacto de la verdad.
Su inocencia interrumpida la sume en un estado de postración tal que incluso su vida corre peligro. Al igual que Yvette tratando de suicidarse ingiriendo éter, Cándida se convierte en morfinómana.
Observemos las concomitancias de ambas obras:

Cándida es hija de una prostituta de lujo, Doña Diabla. Yvette es hija de una prostituta de lujo, la marquesa Obardi.
Escenas de Doña Diabla
La clientela de Doña Diabla es exclusiva, y para entrar en su salón se necesitan las referencias de tres personas previamente admitidas. La clientela de la marquesa de Obardi está constituida por aristócratas y gente adinerada.
Ambas muchachas sufren un golpe traumático cuando se enteran de la actividad que se desarrolla en su hogar, creyendo hasta el momento que las visitas eran simplemente amistades mundanas de sus respectivas madres.
Ambas caen en gran desolación. Yvette intenta suicidarse con éter y Cándida no come perdiendo toda ilusión en la vida y sumida en el sueño de la morfina, a la que se hace adicta por intervención de Adrián, personaje pérfido y cliente de su madre.
Idéntico fondo argumental que Yvette y desde luego situaciones similares más que casuales.
En Doña Diabla, no obstante, se produce un enredo amoroso un tanto artificial que no se da en Yvette. Mientras Yvette tontea inocentemente con uno de los clientes de su madre, Cándida se enamora de Pablo, un buen muchacho que ignora lo que sucede en la casa, y que casualmente es hijo de Laura, una de las asiduas al lupanar.

Nos gustó la obra de Ardavín, pese a su desenvoltura encorsetada tal y como afirma el crítico. Evidentemente nos hemos tenido que conformar con el texto. La escena es otra cosa, pero su prosa es firme y las ideas sobre la moral y la filosofía sobre el bien y el mal nos parecen de lo más acertado. El final es escabroso y feliz al mismo tiempo, al igual que en el relato de Maupassant.
Ambas muchachas deben acabar asumiendo su condición de hijas de pecadora; circunstancia esta que las convierte a ellas en mujeres igualmente deshonrosas, como un mal hereditario que se transmite de madres a hijas del que es imposible desprenderse.
En la obra se produce un diálogo muy significativo que expresa con claridad meridiana el estado de inferioridad de la mujer respecto del hombre en cuanto a los prejuicios morales en la época en la que se escribió el drama.
Para situarnos en contexto diremos que Pablo, enamorado de Cándida, pretende casarse con ella, pero Laura, su madre, conociendo la reputación de Doña Diabla, se niega al noviazgo considerando a la niña deshonrada por esa filiación.
Doña Diabla, meses antes, había sido cómplice de Laura, favoreciendo el adulterio de esta última prestándole sus habitaciones para reunirse con su amante. En un momento de la obra Doña Diabla y Laura, la madre de Pablo, mantienen el siguiente diálogo, cuando la última prohíbe esas relaciones.

[…]
DOÑA ANGELITA.-  Por ser mi hija, ¿verdad?  No porque ella fuera mejor ni peor, sino por ser mi hija. ¡Extraña moral la tuya! Entonces – sigamos suponiendo – tu hijo, por ser tu hijo, merece la recusación de todas las mujeres honradas. ¿No es eso? Entonces si yo tuviera una hija y él me la enamorase, ¿yo debía oponerme a ese amor?
LAURA.- Es distinto.
DOÑA ANGELITA.- ¿Por qué? ¿Por qué tu infamia clandestina no ha salido a la luz y la mía sí?... ¿Pero no son iguales infamias? No, mujer egoista, no. Tu honor y el mío nada tienen que ver con los suyos, como nada tienen que ver su inteligencia y su corazón.
LAURA.- Pero el hombre se libra del estigma y la mujer no. Lo que difama a un hombre es ser hijo de un ladrón o de un asesino; lo que difama a una mujer es ser hija de una liviana.[1]
[…]

El tema es los suficientemente melodramático para que pocos rasgos humorísticos hagan acto de presencia en la obra de Ardavín. Por comentar alguno de los escasos chascarrillos que salpican el guión, citaremos el juego que el autor realiza con los nombres de los personajes. Doña Diabla es el apodo de Doña Angelita; Cándida el nombre de la niña. Las muchachas asiduas al prostíbulo de esta Celestina de lujo, que no aparecen en la obra pero se les cita, se llaman Inocencia, Purita y Virginia.

Doña Diabla tuvo bastante repercusión en la prensa, pues hemos encontrado muchísimas y extensas referencias a la obra, sin embargo ninguna menciona la relación con Maupassant exceptuando, y equivocadamente, la del Imparcial del 18 de marzo. Nos sorprende sobremanera que ninguna de las otras las relacione con Yvette, cuando el asunto es de una similitud evidente.
Leyendo Doña Diabla, estamos en condiciones de afirmar con rotundidad que Ardavín se inspiró en Yvette. No se trata de una adaptación  ni un plagio del relato de Maupassant, pero este está presente en todo momento en la memoria del dramaturgo.
María Guerrero
Pese a que la publicidad de la obra apostillaba que por su tema era de índole especial, agria y solo para hombres, el éxito de taquilla fue grande y no faltaron las señoras. Estos anuncios que pretenden disuadir siempre suelen producir el efecto contrario.
La actriz que encarna a Doña Angelita es María Guerrero, mientras que Cándida es interpretada por Marujita Guerrero López, D. Adrían, el pérfido vividor que lleva a Cándida a la perdición, lo interpreta Fernando Díaz de Mendoza y el ingrato papel de Laura es asumido por la Sra. Almarche.
Como casi siempre, la crítica fue más exigente que el público y tras tildar la obra de un “colegial picado de moralista” y en general infravalorarla, acaba reconociendo que el público aplaudió mucho el drama e hizo salir repetidas veces al autor.
Parece sistemático y endémico este divorcio entre la crítica y el público en nuestro reciente teatro.

De todos modos, y para finalizar, recomendamos leer ambas obras, en especial la de Maupassant, mucho más rica en caracteres, personajes y situaciones. También más verosímil que el enredo amoroso presente en Doña Diabla.

José M. Ramos González
6 de febrero de 2011.

[1] Luís Pérez Ardavín. Doña Diabla. Librería y Casa Editorial Hernando. Madrid 1925. Pág. 49.